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¿Intolerancia? 15.01.2015


            Dice un comentarista de esta columna, anónimo, lamentablemente, que su autor es enemigo de Cali. Pasa por alto que lleva quince años señalando muchos verdaderos enemigos de la ciudad y sus ciudadanos, pero da la oportunidad de recordarlo. Por ejemplo, los difícilmente discutibles que se traen a continuación pues por supuesto hay muchos otros también mencionados aquí.
Para principiar, se ha señalado a los que atracan en los semáforos y a los que  atropellan y matan peatones en las calles debido a la precariedad de los andenes o que están invadidos por carros y vendedores, como a la falta de mas semáforos y que estén sincronizados y no se los pasen en rojo, en lugar de inútiles puentes peatonales que los mas necesitados no pueden usar y que no podría haber uno en cada cruce que lo demande, o como esos “policías acostados” que por lo contrario deberían estar de pie.
También se ha hablado de los que no cumplen con las normas de seguridad en caso de evacuación de emergencia en casos de terrorismo, incendio o temblor, en espacios y edificios públicos, especialmente  en los de uso masivo, algunos de ellos verdaderas trampas mortales, cuyos responsables nunca han respondido en este país, en donde estos sucesos se toleran dizque por ser de “fuerza mayor”.
Y se ha mencionado repetidamente la violencia generada por la falta de respeto por los otros, que lleva a la violencia entre vecinos, principalmente por el llamado ruido ajeno, que en Cali se confunde con la alegría, y por las basuras, que ensucian, afean y contaminan, y el mal comportamiento en los espacios comunes debido a la ausencia de una cultura ciudadana pues la ciudad ha crecido demasiado rápido.
            Igualmente se ha señalado a los que talan sus árboles, ocultan sus cerros y la cordillera, contaminan sus ríos y desperdician el agua. O que demuelen o alteran su patrimonio construido, pese a las normas existentes para preservarlo, y lo mismo a los que ignoran usos del suelo, retrocesos, aislamientos, alturas y  estacionamientos obligatorios, y construyen lo que se les da la gana y como les da la gana.
E incluso a los que no entienden que los cerramientos de sus edificios o casas son todos fachadas comunes que conforman el espacio público: calles, plazas y parques, y las diseñan y hacen, o modifican o llenan de avisos, como se les da la gana. Pero igualmente a los que hacen grafiti en ellas, como a los que las usan para propuestas de arte urbano, buenas o malas, pero sin las autorizaciones requeridas.
Y para terminar este corto resumen, también se ha señalado a los que extienden innecesariamente la ciudad, para beneficio de los terratenientes que la rodean, causando sus crecientes problemas de movilización. Como a los que mantienen por décadas lotes de engorde en su centro ampliado, incluso a pocas cuadras de la Plaza de Caicedo, y peor cuando son de propiedad pública, como el Corredor Férreo.
El hecho es que los verdaderos enemigos de Cali son los que creen que aquí pueden hacer lo que se les da la gana, igual que los verdaderos enemigos de la libertad de opinión son los que tiran el señalamiento pero eluden el dialogo. En este caso la conversación significativa propia de las ciudades de que habla Mumdord (La cultura de las ciudades, 1938), como se ha buscado en esta columna no en vano titulada ¿Ciudad?


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