Hay gratas novedades culinarias en San Antonio que mucho le
hubieran gustado a Germán Patiño. Como un nuevo colmado, es decir una tienda de comestibles
(Cr. 5 Nº 3-26) y que bueno que se le
añadiera un figón, es decir una donde se sirven comidas especiales. Cumpliendo
con las normas, sus dueños viven allí mismo y disfrutan del barrio al contrario
de muchos visitantes que quieren
dejar su carro justo al lado de la mesa del restaurante al que van en lugar de
caminar desde un estacionamiento, o de esas oficinas que están reemplazando sin imaginación a la vivienda, en vez de complementarla, pues matan la
vida en sus calles al caer la noche.
Tal
y como dice Antonio Caballero (Comer o no
comer / y otras notas de cocina, 2014) ”Los placeres de los cinco sentidos
se suman y se complementan con los de la inteligencia: los de la curiosidad,
los del descubrimiento” (p.16). Y en La Bascula si que hay mucho que curiosear
y descubrir: especias, hierbas, aliños, aderezos y condimentos, que en el fondo
de la olla vienen a ser casi lo mismo pues todos se usan para preservar
o dar sabor a los alimentos, condimentarlos o
sazonarlos, diferenciándolos, ya que como se sabe
en la diferencia está el placer, y los que no hay uno se los imagina aun con
mayor placer.
Ojala pronto vendan también aceites exquisitos, esos líquidos grasos de
color verde amarillento que se obtienen prensando aceitunas, y vinos, esos paraísos alcohólicos que se hacen exprimiendo el zumo de las uvas, base de
la llamada dieta mediterránea especialmente de España, Portugal, sur de Francia, Italia, Grecia y Malta, la que en 2010 fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad; y, porque no,
también cigarros. Siguiendo a Caballero:
“Placeres espirituales del cuerpo, placeres corporales del espíritu:
placeres terrenales” (p.13), porque la comida, como él sostiene, no es apenas
para alimentar, sino y sobre todo para dar placer. Igual que el sexo, claro.
O que la
arquitectura, que si no lo genera no es tal, y de ahí que parte del agrado de
La Bascula (pese a que la casa estaba pintada de colores y habría que
encalarla) sea la tradicional del barrio mas de verdad de Cali, pues la
arquitectura, como dice Juhani Pallasmaa (Los ojos de la
piel, 2005) se disfruta (igual que la
comida y el cocinar) con todos los sentidos, dado que se experimentan diferentes sensaciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas y
hasta gustativas. Y no es casual que haya tanto arquitecto cocinero: son
placeres similares. O al menos suelen ser buenos comedores y por tanto
bebedores ídem, como sostiene Caballero, y Ludwig Mies van der Rohe no soltaba
el puro ni Alvar Aalto el vaso de whisky. "Yo solo se dos cosas, arquitectura y
culinaria" decía Eladio Muñoz, recuerda Jaime Gutiérrez.
Placer, dice el
diccionario, es esa sensación o sentimiento positivo, agradable o eufórico, que en su forma natural se
manifiesta cuando un individuo consciente satisface plenamente alguna necesidad:
bebida, en el caso de la sed; comida, en el caso del hambre; descanso (sueño), para la fatiga; sexo para la libido; diversión (entretenimiento), para el aburrimiento; y conocimientos (científicos o no científicos) o cultura (diferentes tipos
de arte, incluyendo la arquitectura) para la curiosidad y la necesidad de
desarrollar las capacidades propias. Como las de cualquier arquitecto o
cocinero de verdad; y, para saberlo, hay que preguntar de cocina a uno y de
arquitectura al otro.
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