Vivimos en ciudades improvisadas, contradictorias y en construcción -feas- pues se les impuso a la brava y a medias el modelo norteamericano, centrado en el carro, mientras su suelo se volvió un negocio especulativo al privatizarse después de la Independencia. No logramos una ciudad “moderna”, solo grandes ensanches mas nuevos que modernos, pero destruimos la antigua haciendo irreconocible su historia.
En tanto artefactos habitados, las ciudades las constituyen sus edificios y espacios urbanos, de donde su arquitectura nos debería incumbir a todos, y no apenas a los arquitectos, a quienes paradójicamente hoy poco les importan las ciudades . Antes levantaban monumentos pero ahora diseñan edificios comunes como si fueran obras de arte, ignorando que pocos lo deben ser para que la ciudad toda lo pueda lograr.
Antes nuestras ciudades eran levantadas por artesanos populares siguiendo un canon. Calles paramentadas y alturas bajas y regulares que conforman perspectivas, y casas o conventos, que no son solo viviendas, organizados óptimamente alrededor de varios patios. Y construidos sencillamente con cerramientos portantes y cubiertas de tejas, usando solo materiales biodegradables: piedra, tierra y madera, y muy poco hierro.
Ahora, pese a la creación de las oficinas de “planeación”, cundió el desorden pues los edificios son diseñados por arquitectos que no siguen un canon, y quienes se ocupan de todo además de la vivienda, la cual ya es de diversos tipos. Y además se usan complejas técnicas de estructuras diversas y muchísimos materiales, y otros son quienes construyen y con frecuencia alteran o modifican los proyectos.
A los pequeños cascos tradicionales se los cruzó con vías con separador, y no verdaderas avenidas. Se interpusieron en el paisaje aparatosos cruces viales que matan lo que queda debajo, principiando por el pasto. Antejardines y voladizos alteraron drásticamente el espacio urbano existente. Se hacen edificaciones exentas en medio de “culatas”. Y se construyen “torres”, enanas o altas, para cualquier uso.
Este brusco y masivo cambio se dio con la participación por primera vez de muchos profesionales. Planificadores, urbanistas, arquitectos, ingenieros y diseñadores industriales, pero los habitantes de las ciudades se vieron apartados de todo el proceso. Tendencia que desembocó en una práctica carente de ética gremial, y estéticamente derivada de seguir acríticamente modas foráneas ya pasadas de moda.
Pero como dice T. S. Eliot (The sacred wood, 1922), “Ningún poeta, ningún artista de ninguna clase, tiene plenamente sentido por sí mismo. Su importancia, su valor es el valor que posee en relación con los poetas y artistas muertos”. Y lo mismo pasa con los edificios pues su importancia y valor, ahora y en el futuro, esta en relación con las construcciones del pasado aun presentes en las ciudades.
Es perentorio, entonces, reformar a fondo la enseñanza de la arquitectura y su práctica profesional, promover su critica seria, y divulgar su conocimiento entre todos los ciudadanos desde la escuela misma. Solo así lograremos elegir alcaldes y concejales con un mínimo conocimiento sobre el tema, lo que les permitiría asesorarse adecuadamente y mejorar las ciudades y no lo contrarío como ahora.
Comentarios
Publicar un comentario