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La guerra por la paz. 26.06.2008

El apoyo ineludible de la mayoría de los colombianos a Uribe es sobre todo por su exitosa acción militar contra las FARC, pese al evidente peligro de su “bonapartismo”, como fue analizado por Álvaro Guzmán en estas páginas. Se entiende si se piensa que de su medio siglo de existencia, cerca de la mitad han estado dedicados al secuestro, el terrorismo, el asesinato y la extorsión. Crímenes que por supuesto no justifican ni explican del todo las condiciones políticas, económicas y sociales de entonces, en las que tanto se insiste como la razón legítima de su origen, y que supuestamente ellos querían cambiar pero asaltando el poder con las armas. Sin embargo, lo que muchos aun no ven es que entretanto el país cambió radical y rápidamente, pasando de menos de10 a mas de 40 millones de habitantes, el 80% de ellos ya en las ciudades. Justo al inverso de cuando Tirofijo huyó muy joven de su pequeño pueblo, perseguido por la justicia, como lo recordó Luis Guillermo Restrepo, muriendo escondido sesenta años después sin vivir nunca en una ciudad.
Pero ciudadanos tan nuevos no entienden que aunque se tenga dinero, hay que tener menos carros y mas pequeños, y compartirlos, caminar mas, andar en bicicleta, usar el transporte colectivo, viajar en bus y tren, consumir menos energía y agua potable y reciclar la basura. Que es promesa de mejor vida la calidad de las ciudades, ahora que religiones e ideologías dan paso al pensamiento científico y al placer culto, y amenaza de muerte la insostenibilidad del planeta. Asuntos ignorados por las FARC, el ELN o las AUC, hace tiempo dedicados al narcotráfico, al que nos llevó su inútil prohibición impuesta por Estados Unidos, como ha insistido Antonio Caballero, en lugar de ver a sus drogadictos, que son la mayoría en el mundo, como un problema mas de salud pública. Sin su abundante dinero fácil ya se habrían solucionado muchas de las injusticias sociales que aun se esgrimen para justificar unas FARC que ya no lo son, y habrían desaparecido los grupos subversivos, ilegales y violentos. Y seguro no serían tan abrumadores nuestra corrupción e irrespeto por los demás, ni nuestro mal gusto y suciedad.
Mas cómo hablar de la cultura de las ciudades a campesinos y finqueros desplazados por la violencia o en busca de trabajo o mejor vida, que aunque se diga lo contrario muchos lograron en ellas, pero que aun cruzan las calles corriendo por la mitad o suben sus carros a los andenes. Quizás Marguerite Yourcenar tenga razón en que tenerla antes de tiempo es igual a equivocarse (Memorias de Adriano, 1951). Tal parece que primero hay que ganar la guerra y ya en paz educar a nuestros ciudadanos para que entiendan lo de vivir en obras de arte colectivo, monumentos de verdad, andenes amplios, calles homogéneas, bellas plazas y amenos parques, y que la verdadera democracia es la cultural. Porque los equivocados son ellos que sin urbanidad ni urbanismo eligen alcaldes –que sí deberían ser reelegibles- que no ven, y trasnochados e incultos lideres cívicos que defienden soluciones de cuando se derrochaba energía y agua y se comenzaron a adorar los carros, los puentes, el aire acondicionado y Miami. Como en Cali desde de los Juegos Panamericanos de 1971.

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