Como dice Eduardo Galeano (Me caí del mundo y no se como entrar, 2010), ya todo tiene programada su obsolescencia. No apenas los electrodomésticos, celulares, reproductores de sonido, computadores o carros. A estos aparatos no se les puede agregar mejoras si no que hay que desecharlos y comprar nuevos, y pronto tampoco se consiguen repuestos pues han cambiado el modelo. Por ejemplo, a los inodoros no se les puede instalar las válvulas de doble descarga: hay que botarlos y comprar nuevos. Y lo tendremos que hacer mas de la mitad de las familias que habitamos el planeta pues vivimos en ciudades y hay que economizar el agua que se está agotando. Es el negocio redondo de las multinacionales que están acabando con el Mundo, como lo señaló hace años Konrad Lorenz (Decadencia de lo humano, 1985). Nos hacen consumir recursos no renovables que pronto tenemos que convertir en basura, con la ayuda de una publicidad mercenaria que nos hace comprar lo que no necesitamos con el dinero que no tenemos, creando crisis económicas que casi parecen programadas. Lo llamamos progreso.
Y lo mismo pasa con nuestros edificios. No se mejoran, remodelan o amplían sino que se demuelen para hacer otros mas grandes pues el suelo urbano se volvió un negocio especulativo. Se construyen casas que en pocas décadas se reemplazan por edificios de apartamentos y estos a su vez por “torres” para lo que sea. Pero como suele suceder en todos los negocios, no a todos les va igual y nuestras ciudades se volvieron unas feas colchas de retazos. Y desde luego las curadurías urbanas están es al servicio de los negociantes inmobiliarios interpretando a su favor los usos del suelo y demás reglamentaciones, pues los Consejos Municipales las redactan precisamente para permitir su obsolescencia. Se ha hecho en todas partes pero aquí el ciclo es cada vez mas rápido: dejar que se deteriore un sector, comprar barato poco a poco, demoler lo que queda, construir un edificio “espectáculo”, diseñado por un arquitecto de moda y ojala financiado al menos en parte por el Estado, poner el sitio “in”, después vender caro y buscar uno nuevo para “renovar”. Lo llamamos desarrollo.
Y con al rapidísimo crecimiento de nuestras ciudades, aquí dicha operación también se lleva a cabo con las propiedades rurales que las rodean. Con dinero de los contribuyentes se hace un equipamiento urbano donde no lo necesitan, se lleva hasta allí la infraestructura vial y de servicios, o se cambia, y se pasa de tener hectáreas de tierra cultivada a venderla por metros cuadrados para urbanizar. La ciudad se ”estira” irresponsablemente creando problemas de movilización, para la satisfacción de los contratistas de obras publicas, que demuelen todo lo que ya hicieron antes sin prever su eventual remodelación, para poder hacerlo de nuevo y cobrar además por la demolición respectiva. Es el resultado de una economía basada cada vez mas en la obsolescencia programada. Y cuando el estado es todo él una sola “uninacional” ha sido mucho peor. Es decir, todo lo contrario a esa sostenibilidad de la que tanto hablamos en estos días, pues lo que estamos es programando la acelerada obsolescencia de ciudades, edificios y artefactos. Lo llamamos modernidad y Cali es todo un ejemplo.
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