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Las calles. 14.03.2013


Lo vio Jane Jacobs hace medio siglo: las obras  para mejorar la circulación atraen mas carros empeorándola (Vida y muerte de las grandes ciudades, 1961). Doce años después André Gorz (La ideología social del automóvil,  Le Sauvage, 1973) constata que ya se ha intentado todo y nada sirve. No es posible circular más rápido en las calles entrecruzadas de las ciudades tradicionales, y menos si no tienen continuidad ni semáforos sincronizados como en Cali. Y si se vive en los suburbios, como pasa en el sur de Cali, por más rápidas que sean las vías que llevan a la ciudad, la velocidad con que se puede entrar o salir de ella no podrá ser mayor a la del promedio de sus calles.
            Esto ocurre en todas las ciudades y mientras se dependa de los carros el problema seguirá sin solución. Como lo demuestra  Iván Illich, citado por Gorz,  en los países no industrializados, los que se desplazan a pie cubren tantos kilómetros en una hora como los que van en carro, pero dedican de cinco a seis veces menos de tiempo. En conclusión, cuanto más vehículos rápidos se usen, más tiempo dedican y pierden las personas en desplazarse, pues en nada ayudan ya que simplemente no tienen al final o al comienzo por donde ir mas rápido. De nada sirve circular a cien kilómetros por hora si al final o al principio hay un trancón.
            Las ciudades se han convertido en suburbios a lo largo de las carreteras, pues era la única manera de evitar la congestión vehicular de los centros. Pero vivir lejos del trabajo, como de la escuela y el supermercado, exige un segundo automóvil para hacer las compras y llevar  los niños a la escuela. El auto hace perder más tiempo que el que economiza y crea más distancias que las que consigue sortear.  ¿Qué queda de sus beneficios cuando, inevitablemente, la velocidad máxima se reduce a la del coche más lento? Aun cuando se prevea un margen extravagante de tiempo para salir, nunca puede saberse cuándo se encontrará un embotellamiento.
            Por años, las ciudades, objeto de fascinación, eran el único lugar donde valía la pena vivir, pero el automóvil  ha vuelto inhabitables sus atascados barrios periféricos y, como dice Iván Illich,  las personas trabajan durante una buena parte del día para pagar los desplazamientos necesarios para ir al trabajo. En ellas, el automóvil ha pasado de ser objeto de lujo y símbolo de privilegio a ser una necesidad vital. Lo superfluo se ha vuelto necesario. Hay que tener uno para poder huir del infierno citadino del automóvil, pero tras haber matado a la ciudad, el automóvil está matando al automóvil.
            Tras haberse inventado para permitir ir adonde se quisiera, a la hora y a la velocidad que se quisiera, el automóvil se ha vuelto el más esclavizante, imprevisible e incómodo de todos los vehículos. Después de que la industria del automóvil les prometió a todos que irían más rápido, todos deben ir tan lento como el más lento de todos, a una velocidad determinada simplemente por las leyes de la dinámica de fluidos. Hace años se esta viviendo en Cali pero aun no nos damos por enterados y adoramos los puentes pese a ser “torcidos”. La única solución es tener menos carros circulando y mas transporte colectivo pero no apenas buses sino un metro como todas las ciudades de su tamaño en el mundo, a excepción de Bogotá.

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