Lo vio Jane Jacobs hace medio siglo: las obras para mejorar la circulación atraen mas carros
empeorándola (Vida y muerte de las
grandes ciudades, 1961). Doce años después André
Gorz (La ideología
social del automóvil, Le Sauvage, 1973)
constata que ya se ha intentado todo y nada sirve. No es posible circular más rápido
en las calles entrecruzadas de las ciudades tradicionales, y menos si no tienen
continuidad ni semáforos sincronizados como en Cali. Y si se vive en los
suburbios, como pasa en el sur de Cali, por más rápidas que sean las vías que
llevan a la ciudad, la velocidad con que se puede entrar o salir de ella no
podrá ser mayor a la del promedio de sus calles.
Esto ocurre en todas las ciudades y
mientras se dependa de los carros el problema seguirá sin solución. Como lo
demuestra Iván Illich, citado por Gorz, en los países no
industrializados, los que se desplazan a pie cubren tantos kilómetros en una
hora como los que van en carro, pero dedican de cinco a seis veces menos de
tiempo. En conclusión, cuanto más vehículos rápidos se usen, más tiempo dedican
y pierden las personas en desplazarse, pues en nada ayudan ya que simplemente
no tienen al final o al comienzo por donde ir mas rápido. De nada sirve circular
a cien kilómetros por hora si al final o al principio hay un trancón.
Las ciudades se han convertido en
suburbios a lo largo de las carreteras, pues era la única manera de evitar la
congestión vehicular de los centros. Pero vivir lejos del trabajo, como de la
escuela y el supermercado, exige un segundo automóvil para hacer las compras y
llevar los niños a la escuela. El auto hace
perder más tiempo que el que economiza y crea más distancias que las que
consigue sortear. ¿Qué queda de sus
beneficios cuando, inevitablemente, la velocidad máxima se reduce a la del
coche más lento? Aun cuando se prevea un margen extravagante de tiempo para
salir, nunca puede saberse cuándo se encontrará un embotellamiento.
Por años, las ciudades, objeto de
fascinación, eran el único lugar donde valía la pena vivir, pero el automóvil ha vuelto inhabitables sus atascados barrios
periféricos y, como dice Iván Illich, las personas trabajan durante una buena parte del día para pagar los desplazamientos
necesarios para ir al trabajo. En ellas, el automóvil ha pasado de
ser objeto de lujo y símbolo de privilegio a ser una necesidad vital. Lo
superfluo se ha vuelto necesario. Hay que tener uno para poder huir del infierno
citadino del automóvil, pero tras haber matado a la ciudad, el automóvil está
matando al automóvil.
Tras haberse inventado para permitir
ir adonde se quisiera, a la hora y a la velocidad que se quisiera, el automóvil
se ha vuelto el más esclavizante, imprevisible e incómodo de todos los vehículos.
Después de que la industria del automóvil les prometió a todos que irían más
rápido, todos deben ir tan lento como el más lento de todos, a una velocidad
determinada simplemente por las leyes de la dinámica de fluidos. Hace años se
esta viviendo en Cali pero aun no nos damos por enterados y adoramos los
puentes pese a ser “torcidos”. La única solución es tener menos carros
circulando y mas transporte colectivo pero no apenas buses sino un metro como
todas las ciudades de su tamaño en el mundo, a excepción de Bogotá.
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