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Lo por venir. 05.11.2015


          El mejor futuro de Cali depende sin duda de que se oficialice su área metropolitana, unida por el corredor férreo, como del desarrollo de las ciudades intermedias que la rodean y que forman parte del sistema de ciudades del rio Cauca, unidas por el ferrocarril. Principalmente Santander de Quilichao, Palmira y Buga, a donde se debería reubicar la Gobernación del Departamento, como varias veces se ha sugerido en esta columna.
Es decir, evitar su caótica expansión y acelerado crecimiento poblacional, confundido con su desarrollo, o incluso con su modernización, pese a que ha generado sus actuales problemas de suministro de agua, agravado por la minería descontrolada en los Farallones, peligro de inundación si se rompe el Jarillón, o de un terremoto o los dos juntos, dificultad creciente para la movilidad de sus habitantes, y andenes por los que no se puede caminar.
          Como dijo Lewis Mumford hace años(La cultura de las ciudades, 1938), hay que ver la ciudad como escenario de la cultura, y que hoy su progreso depende de atraer personas inteligentes y permitir que colaboren entre si al encontrarse en calles, plazas y parques, mercados, cafés, restaurantes, bibliotecas, museos y centros culturales, como señala Edward Glaeser (El triunfo de las ciudades, 2011), y en propiciar una mejor convivencia comenzando por eliminar el “ruido ajeno”.
Su ordenamiento territorial hay que entenderlo como una normativa general a partir de un diseño urbano arquitectónico, como indicaba Jane Jacobs hace medio siglo (Muerte y vida de las grandes ciudades, 1961). Y la importancia de regularizar su trazado ortogonal original, de norte a sur y entre la cordillera y el Cauca, con el corredor férreo como eje principal, se entiende leyendo a Sibyl Moholy–Nagy (Urbanismo y sociedad, 1968).
Al tiempo hay que recuperar espacialmente calles, plazas y parques para que faciliten el encuentro. Volver a las fachadas paramentadas, y eliminar los codiciosos voladizos corridos de un extremo al otro. Disponer para construir de los retrocesos incompletos (muelas). Hacer andenes amplios, llanos y arborizados y con pasos pompeyanos donde sea necesario. Dar preferencia en las calzadas a las bicicletas y al transporte público.
Usar la plusvalía para controlar la propiedad privada del suelo, que permite su obsolescencia programada, denunciada por Eduardo Galeano (Me caí del mundo y no se como entrar, 2013); promover las construcciones en altura en los grandes vacíos existentes; agregar pisos para re densificar; usar y no apenas conservar el patrimonio construido; y en lugar de demoler para construir, evitar el desperdicio de lo ya edificado y el consumismo de lo “nuevo”.
Buscar lo verdaderamente sostenible climáticamente, valorando la inversión, trabajo, materiales, agua y energía ya invertidos. Reinterpretar el legado que dejó la arquitectura colonial en el valle del río Cauca, de zaguanes, patios, corredores, recintos genéricos, pocas aberturas, grandes techumbres y el encalado blanco, recursos proyectuales de total actualidad en el trópico caliente.
Pero sobre todo haciendo a Cali una ciudad mas sostenible al no extenderla irresponsablemente para beneficio únicamente de los terratenientes que la rodean pero además alargando los servicios y recorridos por cuenta de los contribuyentes. Y que el Estado haga vivienda de alquiler en el medio desocupado centro ampliado de la ciudad, para facilitar el transporte y la movilidad social de los caleños.

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