Poco
a poco sólo va quedando su fachada, pues cada vez se demuele mas su interior, y
bastante transformada ya que la ventanería, que era perfectamente recuperable,
desapareció. Y para rematar ahora se están poniendo unas rejas de hierro que
nada tienen que ver con el edificio ni con su nueva utilización y cuyo mal
gusto salta a la vista, igual que el amarillo verdoso que se le está dando a
sus muros, que lo hará ver no viejo ni mucho menos antiguo sino avejentado.
En resumen, lo que va quedando del colegio de la Sagrada Familia en el
parque de El Peñón, es una máscara pero no tanto por su apariencia (la verdad
es que nunca fue muy agraciado) sino porque pretende ocultar el vandalismo cultural
contra el patrimonio construido, que no sólo no ha disminuido sino aumentado
desde la demolición generalizada que se hizo en esta ciudad con motivo de los
VI Juegos Panamericanos de 1971 disque para “cambiarle la cara” cuando la que
tenia era bastante bonita y sobre todo mas amable.
Poco inteligentemente los empresarios de la construcción no acaban de
entender lo mucho que pierden económicamente con la demolición de lo ya
construido en lugar de reutilizarlo. Ni lo que dejan de ganar al eliminar su carácter
histórico, cuando lo tiene, como es el caso del colegio de El Peñón, que es lo
que hace, por ejemplo, que hoteles como el Santa Clara o el Santa Teresa, pese
a las equivocaciones cometidas en su adecuación, o posteriormente, tengan tanto
éxito en Cartagena.
Por eso es preocupante la inoperatividad de los organismos públicos y
privados que supuestamente deben velar por la correcta conservación del
patrimonio construido. Ya sea por no contar con los instrumentos requeridos
para su control, al cual están obligados por la ley, o sencillamente por la
falta de interés de personas sin un conjunto de conocimientos que les
permita un juicio crítico, al punto de que pareciera
que para ellos no son Bienes de Interés Cultural, como se los llama hora.
Peligrosamente no ven que su destrucción elimina parte de la imagen
colectiva de los ciudadanos, y mas cuando la mayoría no ha tenido tiempo de
formarla, como en Cali. Ni comprenden sus secuelas de irrespeto por los demás,
vandalismo y delincuencia, pese a que son los principales problemas de esta
ciudad, junto con el del agua y la movilidad de sus habitantes, comenzando por
los andenes. Los que precisamente serán insuficientes para el comercio que
pretende tener el nuevo hotel en El Peñón en su piso bajo.
Pero
tampoco les importan los inconvenientes de todo tipo que la
demolición-construcción del colegio les ha ocasionado a sus vecinos, y al
parecer les resbalan las demandas que han originado denunciándolos, pese a que
todo está pasando en las narices de todos.
La gran arquitectura siempre ha sido en todas partes para el poder
político, ya que el religioso y el de los negocios también lo es. ¿Será que
desgraciadamente aquí cultura, negocios y política son contradictorios?
O, simplemente, que es un modo de vida y costumbres,
conocimiento y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, de esta
época y de un particular grupo social que como se sabe esta signado en el país
por la presencia del narcotráfico. Ojala los caleños comiencen a reaccionar
frente a la destrucción de su patrimonio construido como ya lo están haciendo
cada vez mas con la tala de los árboles de la ciudad. Los vecinos de El Peñón
ya lo están haciendo.
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