Se
dice que las personas tienen oído para percibir los sonidos de la música, voz para
entonar canciones o dar discursos, olfato para oler negocios, tacto para proceder en asuntos delicados, gusto para apreciar lo bello o lo feo de todo y no apenas
para la comida, aunque curiosamente no para la bebida. Pero cuando se dice que
alguien tiene ojo, lo es para apreciar certera y fácilmente las circunstancias, sobre todo en los negocios.
Del ojo para mirar y no apenas para ver poco se habla. Del que
distingue colores y tonos, luces, sombras y penumbras, formas y ritmos, planos
y profundidades, relieves y texturas, simetrías o asimetrías, en fin,
composiciones. El que diferencia la intensidad de lo bello de lo apenas bonito,
y su trascendencia. El que siempre que percibe con los ojos algo mediante la acción de la luz, lo considera con
exactitud o detenimiento.
Y están los que miran para otro lado, o ven otra cosa a través de
sus prejuicios o dominados por la moda, y no por la costumbre de mirar, pues
esta se aprende desde niños viendo el entorno en que se crece para terminar
mirándolo después ya mayores. Pero sólo algunos entendiéndolo a fondo como
Agustina Bessa-Luis en O campo, memoria das artes, 2000, pues muchos no pasan de
sus muy reconfortantes nostalgias.
Ojo que se afina viajando, mirando lo que ya se conoce y ha
estudiado, y no turisteando para visitar varios lugares en poco tiempo viendo
apenas lo que nos muestran. Por que allí, justamente, radica la diferencia: no
todo lo que se ve es verdad, la que se descubre sólo cuando se mira,
comprobando la conformidad de
las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, pues no se trata de una
verificación científica, sino cultural.
Todos miran paisajes naturales pero los
ciudadanos recientes apenas ven las ciudades en que habitan, pues carecen de
cultura urbana. No las miran como Wolf Schneider en De Babilonia a Brasilia: Las ciudades y sus hombres, 1960, como
obras de arte colectivo en que se realizan múltiples actividades urbanas, sino
que apenas ven algunas fuera de contexto, lo que ameritaría otro ensayo sobre
la ceguera con la venia de José Saramago.
Es una
suerte de alexia, de imposibilidad de leer las
ciudades, causada no por una lesión del cerebro, sino del entendimiento y la
mala y equivocada formación escolar y universitaria, en la que campea lo
practico vs lo esencial. Es por ello urgente reconocer la importancia
no solo de lo ético en el manejo de las ciudades, sino el de su estética, la
que groseramente se manipula, es otro caso mas, sin ética alguna, precisamente.
El caso es que la estética se asocia
tontamente con lo bonito y no con la armonía y apariencia agradable a los sentidos, relativa a la percepción
y apreciación de la belleza, a la que tienden ciertas formas de la realidad en
su continua búsqueda. Hermosura que puede ser percibida por la vista y el oído
en las calles, avenidas, plazas y parques de las ciudades, y por supuesto
individualmente en los edificios que las conforman.
¿Será que el ruido nos
vuelve sordos y la fealdad ciegos? Al fin y al cabo se trata de la torpeza y
deshonestidad con que se trata lo ya existente en las ciudades, conformando
acciones indignas de seres inteligentes, que deberían estar formados para
discernir, ser sensibles para ver y educados para mirar. Que tienen oído, voz,
tacto, olfato y ojo, pues no hay nadie mas peligroso para una ciudad que
alguien inteligente pero inculto y negociante.
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