Hablando
de las adicciones, Charles Van Doren señala que “existe al menos una […]
incomparablemente peor, mucho mas terrible y letal. Se trata de la adicción a
la guerra. Pocos o ninguno de los animales que comparten con nosotros la Tierra
emprenden guerras” (Breve historia del
saber, 1991, p. 622), y concluye diciendo (p. 629) que no ve otra solución
“que no sea o bien el derecho o bien la fuerza. El derecho puede que funcione.
La fuerza, la fuerza absoluta impuesta por ordenadores que serían benevolentes
porque no hay motivos para pensar que no lo sean, funcionaría con toda
seguridad.”
Como ya se dijo en esta columna
(01/12/2016) Yubal Noah
Harari nos ha informado que esos
computadores ya existen, pero se pregunta: “¿Qué es mas valioso: la inteligencia o la
conciencia?” y contesta con otra pregunta “¿Qué le ocurrirá a la sociedad, a la
política y a la vida cotidiana cuando algoritmos no conscientes pero muy
inteligentes nos conozcan mejor que nosotros mismos?” (Homo Deus. Breve historia del
mañana, 2016. p.
431).
Entretanto,
en Cali, como si no bastara con la amenaza de una guerra nuclear, cuyo sordo
rumor con la elección de Trump se siente por todos lados, ante la que apenas
podemos protestar (cosa que no hacemos), ni con los problemas que se veían
venir con el proceso de paz (evidentes para muchos de los que votamos “no” en
el plebiscito), ni con el trastorno del clima cada vez más indiscutible, ni con
la corrupción actual, ya tan lejos de sus “justas proporciones”, hay varios
asuntos urgentes que resolver, si es que en verdad somos optimistas de frente
al futuro de las siguientes generaciones.
Ya
se sabe qué pasaría si se rompe el jarillón pero nada se ha previsto por si eso
pasa antes de que se termine su reforzamiento. Ni tampoco hay un plan de
emergencia en caso de un temblor mayor. Nada hay en concreto sobre el
abastecimiento de agua potable. Y se continúan dando palos de ciego con
respecto al Mio, pues no se entiende que es apenas una parte del problema del
transporte público en la ciudad, que comienza con los andenes y termina con el
tren de cercanías por el corredor férreo, que así pasaría a ser la columna
vertebral de Cali, prolongado a Pereira y Santander de Quilichao, y a Palmira,
claro.
Y,
por último, está la falta de un verdadero plan urbano para su crecimiento en
las próximas décadas, realizado por diversos profesionales con conocimientos y
experiencia en el tema, y no por funcionarios desconocedores del mismo, como un
director de Planeación Nacional que consideró que andenes y plazoletas son
obras “estéticas” y le ordenó públicamente a Metrocali que abandonara su
construcción, como informa el profesor Carlos Botero en Caliescribe.com
(18/02/2017). Toda una hibris, que
era como los griegos llamaban a la soberbia, y Némesis a la diosa que la
castigaba, como recuerda Van Doren (p. 78).
En resumen, ignorancia y corrupción son la hibris de los políticos colombianos (una
democracia hereditaria como se ha dicho), por lo que lo mejor que podrían hacer
los abanderados de la anticorrupción sería promocionar el voto en blanco pues
si este ganara podrían competir entre ellos, en cambio de, divididos, de seguro
perder ante los candidatos del uribismo o el antiuribismo. Votar en blanco es
votar por el reciclaje de las elecciones en contra del reciclaje de los
políticos y en consecuencia contra la corrupción y por la paz de verdad. De la
mano de esta némésis actual ganarían
ciudades y ciudadanos.
Comentarios
Publicar un comentario