Desde
la primera entrega de esta columna (La
destrucción de una tradición, 04/05/1998) hasta esta, la numero mil ocho,
casi veinte años después, se ha insistido principalmente en solo tres temas en
lo que respecta a Cali en tanto que artefacto: La necesidad de definir el área
metropolitana de la ciudad. Su posible sistema vial a partir del corredor
férreo, el rediseño de las vías, y los andenes a construir. Y, por último, el
patrimonio construido ha reutilizar, renovar, o restaurar si se trata de un
BIC. Además se ha aludido al deplorable comportamiento de los caleños en el
espacio urbano público, sobre todo en las calles, y su poco respeto por los
otros en los vecindarios.
Se ha insistido
repetidamente en la necesidad de definir el área metropolitana de Cali, la que
debería incluir las partes al otro lado del rio Cauca pertenecientes a otros
municipios, y la totalidad de los municipios de Yumbo y Jamundí, pero con un
cinturón verde alrededor de la ciudad, para separarla de ellos, y que se la re
densifique en lugar de extenderla más, y al tiempo se desarrollen las otras
ciudades del valle del río Cauca, y definir cómo sus conexiones con el resto
del departamento y el país (Palmira, Buenaventura, Cartago y Santander de
Quilichao) entran a la ciudad y se conectan entre ellas. Y en la ciudad misma,
crear varias centralidades peatonales además del Centro ampliado.
Se ha hecho
hincapié insistentemente en la enorme ventaja que significa poder utilizar el
corredor férreo, ancho, casi recto y a nivel, como eje norte-sur de la
movilidad en la ciudad (trenes, buses, carros, bicicletas, peatones) acompañado
de una alameda, y la concentración a su largo del nuevo equipamiento urbano y
los edificios de mayor altura. Al mismo tiempo lograr la continuidad de las
varias y principales avenidas que lo atraviesan este-oeste, como la de las
pocas que van norte-sur paralelas al corredor, todas ellas acompañadas de
ciclovías en los dos sentidos. Y, finalmente, la ampliación, regularización y
arborización de todos los lamentables andenes de Cali, y la construcción de los
que faltan.
Se ha señalado reiteradamente
la obligación de emplear todo el patrimonio construido en aras de una nueva
arquitectura sostenible y contextual. Lo sostenible para un definitivo aporte
ante el cambio climático, habida cuenta de la energía, agua, materiales,
trabajo y capital ya invertidos en construcciones que se pueden reutilizar,
renovar o restaurar cuando son de interés cultural. Y lo contextual para no
seguir destruyendo la imagen de una ciudad con la que todos sus habitantes se
puedan identificar, ayudándoles a convivir en ella, y cuya ausencia debe llevar
a considerar qué tanto influye su cambio permanente en el mal comportamiento de
los caleños en el espacio urbano público.
Finalmente, en una
ciudad que ha crecido tanto y tan rápido ha sido inevitable que sus nuevos
habitantes aún no la sepan usar correctamente, y que ignoren los derechos de
los demás al no compartir una cultura urbana común sin menoscabo de la propia.
El tránsito en las calles es caótico, las numerosas motos un peligro, carros y
vendedores invaden sus estrechos andenes, y los peatones caminan por las
calzadas, se detienen de improviso, obstaculizando el paso, y cruzan corriendo
las calles por cualquier parte. El ruido ajeno es insoportable y cada cual hace
del anden y la fachada de su casa un sayo, y el control de las Autoridades es
tan insuficiente que parece que no existiera.
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