Continuar
usando el patrimonio construido existente es básico para la sostenibilidad de
las ciudades, y la revitalización de su imagen urbana es forzosa para
enriquecer su cultura. Lo contrario dificulta la identificación de los ciudadanos
con su ciudad, afecta negativamente su
calidad de vida y dificulta la convivencia en ellas, llevando al desarraigo, el
mal uso del espacio urbano público y en
últimas a su inseguridad. Hay que evitar que se siga demoliendo lo construido,
e incluso a veces basta con cambiarle de uso, pues es un buen negocio para los
empresarios, para la ciudad al potenciar el contexto inmediato, y para el mundo
por la sostenibilidad que brinda ante la amenaza del cambio climático.
En conclusión,
demoler lo construido es un equivocación y un robo al erario hacerlo con
edificios públicos y mas si es para poner al lado uno nuevo. Y no pocas veces
es inútil como ha pasado con el mercado de la Galería del Calvario sigue
estando allí muy cerca, en los andenes, pero ya sin su bonito edificio al que
se le había agregado el muy moderno pabellón de la Carne. En el edificio
“Pielroja” continúan si saber que poner, ni tampoco en el Palacio de Justicia.
El claustro blanco de San Agustín se
cambió por un espantoso parqueadero verde. No en vano la burguesía caleña
demolió su elegante sede moderno historicista para hacer no muy lejos la
moderna actual.
Olvidaron que Al
Ándalus dejó en el valle del río Cauca un legado de blancos muros con pocos y
verticales vanos, patios íntimos, ocres techumbres y largos corredores, como en
sus casas de hacienda. A mas de ornamentaciones en ladrillo como en la Torre
Mudéjar; empedrados y piederechos engalanados como la Concepción de Amaime; y que en Cali los estanques andaluces
deberían abundar y no solo las piscinas al estilo norteamericano. Que para
hacer bien lo nuevo basta con conservar el tipo arquitectónico y la imagen de
lo viejo, y no hacer su pastiche, y que hay que partir de los vecinos y no
creer ingenuamente que pronto van a ser a su vez sustituidos. Además el
patrimonio arquitectónico se puede reutilizar sencillamente tomándolo como
referencia.
Como Rogelio Salmona, que se inspiro en lo hispanomusulmán
que admiró en Al Ándalus y el Magreb, después de trabajar casi diez años con Le
Corbusier. En la Casa Amaral (1968-1969) en Bogotá, hace casi un patio con techos de
teja que bajan a él, y en la Casa de huéspedes (1980-1982) en Cartagena hay
atarjeas en sus varios patios, los que son constantes después en muchas de sus
casas, mientras que para la FES (1985-1986) en Cali diseño unos calados a
manera de celosías, que infortunadamente no se realizaron, y en sus últimos
trabajos, como el Centro Cultural García Márquez ( 2004-2006), el hormigón muy
claro a la vista, que ya predomina en
sus fachadas, se acerca al blanco.
Ya se habla de que reutilizando los
bienes o productos desechados y darles un uso igual o diferente a aquel para el
que fueron concebidos, se produce menos basura y menos recursos se tienen que
gastar en producir nuevos de reemplazo, lo que desde luego no les gusta nada a
los que se lucran de la obsolescencia programada de lo que venden. Pero poco se
entiende por qué hay que reutilizar en las ciudades todo lo que se pueda de lo
ya construido, y no apenas por razones culturales sino de sostenibilidad; de
supervivencia aunque se prefiere creer que esta amenaza es exagerada, pero no
lo será en apenas medio siglo; es como si no tuvieran hijos ni nietos.
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