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Reutilizar. 07.09.2017


            Continuar usando el patrimonio construido existente es básico para la sostenibilidad de las ciudades, y la revitalización de su imagen urbana es forzosa para enriquecer su cultura. Lo contrario dificulta la identificación de los ciudadanos con su ciudad, afecta negativamente su calidad de vida y dificulta la convivencia en ellas, llevando al desarraigo, el mal uso del espacio urbano público y en últimas a su inseguridad. Hay que evitar que se siga demoliendo lo construido, e incluso a veces basta con cambiarle de uso, pues es un buen negocio para los empresarios, para la ciudad al potenciar el contexto inmediato, y para el mundo por la sostenibilidad que brinda ante la amenaza del cambio climático.
En conclusión, demoler lo construido es un equivocación y un robo al erario hacerlo con edificios públicos y mas si es para poner al lado uno nuevo. Y no pocas veces es inútil como ha pasado con el mercado de la Galería del Calvario sigue estando allí muy cerca, en los andenes, pero ya sin su bonito edificio al que se le había agregado el muy moderno pabellón de la Carne. En el edificio “Pielroja” continúan si saber que poner, ni tampoco en el Palacio de Justicia. El claustro blanco de  San Agustín se cambió por un espantoso parqueadero verde. No en vano la burguesía caleña demolió su elegante sede moderno historicista para hacer no muy lejos la moderna actual.
Olvidaron que Al Ándalus dejó en el valle del río Cauca un legado de blancos muros con pocos y verticales vanos, patios íntimos, ocres techumbres y largos corredores, como en sus casas de hacienda. A mas de ornamentaciones en ladrillo como en la Torre Mudéjar; empedrados y piederechos engalanados como la Concepción de Amaime; y que en Cali los estanques andaluces deberían abundar y no solo las piscinas al estilo norteamericano. Que para hacer bien lo nuevo basta con conservar el tipo arquitectónico y la imagen de lo viejo, y no hacer su pastiche, y que hay que partir de los vecinos y no creer ingenuamente que pronto van a ser a su vez sustituidos. Además el patrimonio arquitectónico se puede reutilizar sencillamente tomándolo como referencia.
Como Rogelio Salmona, que se inspiro en lo hispanomusulmán que admiró en Al Ándalus y el Magreb, después de trabajar casi diez años con Le Corbusier. En la Casa Amaral (1968-1969) en Bogotá, hace casi un patio con techos de teja que bajan a él, y en la Casa de huéspedes (1980-1982) en Cartagena hay atarjeas en sus varios patios, los que son constantes después en muchas de sus casas, mientras que para la FES (1985-1986) en Cali diseño unos calados a manera de celosías, que infortunadamente no se realizaron, y en sus últimos trabajos, como el Centro Cultural García Márquez ( 2004-2006), el hormigón muy claro a la vista, que ya  predomina en sus fachadas, se acerca al blanco.
            Ya se habla de que reutilizando los bienes o productos desechados y darles un uso igual o diferente a aquel para el que fueron concebidos, se produce menos basura y menos recursos se tienen que gastar en producir nuevos de reemplazo, lo que desde luego no les gusta nada a los que se lucran de la obsolescencia programada de lo que venden. Pero poco se entiende por qué hay que reutilizar en las ciudades todo lo que se pueda de lo ya construido, y no apenas por razones culturales sino de sostenibilidad; de supervivencia aunque se prefiere creer que esta amenaza es exagerada, pero no lo será en apenas medio siglo; es como si no tuvieran hijos ni nietos.

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