El cambio climático es una realidad. Los máximos y frecuencia de sus diferentes manifestaciones aumentan cada año. Se debe a la acción de una población cada vez mas numerosa y consumidora, pero no hay certeza sobre que va a pasar ni cuando. Sin embargo, si no se toman medidas a tiempo puede ser peor (The Economist, 20/03/2010). Es irresponsable que los arquitectos no nos ocupemos ya de las que nos atañen, pues no implican mayores costos sino lo contrario. Solo se oponen las transnacionales que venden vidrio y climatización activa, pero lamentablemente también las modas y los arribistas (Lorenz, Decadencia de lo humano, 1985).
Los edificios en los países industrializados y de estaciones necesitan mucha energía, para su iluminación y climatización, producida con combustibles fósiles no renovables, lo que produce entre 1/2 y 3/4 del CO2 que causa el efecto invernadero (Behling, Sol Power, 1996). Aquí, la energía, casi toda hidroeléctrica, no lo genera, pero no aprovechamos nuestras muchas horas diarias de luz natural todo el año, ni que no tenemos climas extremos, ni que casi la mitad de la radiación solar es vertical. Así, controlar el calor es fácil y se hizo durante siglos: orientar bien los edificios, dejar cruzar el viento, proteger del sol las fachadas, especialmente las ventanas, y tener cubiertas con buen aislamiento térmico (Olgyay, Clima y Arquitectura en Colombia, 1968).
De otro lado, el agua dulce se agota en el mundo. Colombia fue hace unos años uno de los países con mayor cantidad por habitante (UNESCO: Keys to the 21st Century, 2001). Pero seguimos botando las aguas servidas directamente al alcantarillado, contaminando los ríos, y usando agua potable para lavar inodoros, orinales, pisos y carros y regar jardines, en lugar de reusar las aguas lluvias y grises para hacerlo. También deberíamos separar en su origen las basuras y hacer composta con las orgánicas para volver los jardines unas huertas – jardín, al tiempo productivas y bellas.
Finalmente, es un asunto de sostenibilidad hacer ciudad y no apenas edificios. No podemos seguir demoliéndolos para poder explotar el suelo urbano aprovechando que se volvió un negocio especulativo al privatizarse con la Independencia. Al revés de lo que afirmó Ernst Gombrich (Historia del Arte, 1950), en el sentido de que no existe el arte sino los artistas, en las ciudades lo que existe son los edificios y no los arquitectos. ¿Dónde están los de Cartagena, Mompox o Popayán? Pero lo peor es que con frecuencia no se reutilizan, renuevan o reciclan por falta de imaginación, o porque queremos borrar el pasado.
Pero hay que resolver algunos problemas actuales para lograr edificios sostenibles y contextuales, igual que ya son sismorresistentes. Como necesariamente serán mas abiertos, y aunque su seguridad, privacidad y plagas ya sabemos resolverlas con rejas, celosías y anjeos, si los afecta el ruido, polvo y aguaceros venteados. Tenemos que dedicarles mas investigación y creatividad, para poder formar profesionales serios que no se crean mas artistas que arquitectos, y que los edificios sostenibles y contextuales sean sus referencias, principiando por los que tenemos aquí, y no las revistas de moda arquitectónica que ahora ven.
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