Debería ser del interés de los ciudadanos que la Bienal Colombiana de Arquitectura "tiene por objeto presentar para conocimiento público y general, en Colombia y el exterior, una selección de las obras y trabajos más significativos en los diferentes campos de la Arquitectura". Pero tiene razón Maarten Goossens en su respuesta a la solicitud de la SCA de observaciones sobre la misma, en que debe incluir espacios de opinión, debate y reflexión, y que el público pueda sugerir temas y conferencistas, en un programa incluyente y más plural que el comité que hoy la organiza, y no limitarse a presentar proyectos, elegidos subjetivamente hay que añadir.
Lamentablemente todavía es un evento con características de concurso, “juzgado” por jurados que no se han puesto de acuerdo previamente en que es lo van premiar, y que, como dice Juan Luis Rodríguez (Torre de Babel, 04 /05/2010), juzgan edificios como proyectos y no tienen inconveniente en hacerlo sin conocerlos para verificar si están bien hechos, y que” explica” sus fallos con una jerga vaga, vacía y frívola. Cualquier preocupación argumentativa se cambia por frases retóricas para evadir el tema de considerar la especificidad de las obras, y disimular que lo juzgado, en lugar de edificios, son fotos, planos, intenciones y frases coquetas.
Rodríguez, invocando a Montesquieu (Autonomía sin vergüenza, Escala, 02/2009), muestra que al contrario de lo que pasa en el Derecho, en que las decisiones de los jueces deben ser razonadas, convincentes y coherentes con la constitución vigente, en nuestras bienales de arquitectura el sistema es “autónomo” y el jurado falla sin atender a unos propósitos previos. En cada caso inventa criterios de valoración para justificar en sus actas, retóricamente y a posteriori, cualquier decisión. Estos jueces de ocasión no argumentan y sus juicios adquieren la monárquica fórmula de así es porque nosotros tenemos la autoridad para juzgar.
Como apunta Rodríguez, es urgente elaborar unas reglas de juego para las bienales mediante las cuales los participantes, el jurado y el público sepan de antemano a qué atenerse, y no tener que esperar a que los jueces de turno se inventen cada vez su propio sistema de valoración, y la invitación a participar debería estar acompañada de una legislación que defina unos criterios para convocar y juzgar, y después para socializar y presentar los resultados al público mediante un lenguaje que permita una discusión mas amplia. Especialmente entre los ciudadanos, habría que agregar, a los que finalmente está dirigida la arquitectura.
En esta columna se ha propuesto repetidamente que las bienales deben ser una muestra razonada en las principales ciudades de toda la arquitectura que se hace en Colombia, para que críticos, arquitectos y público opinen, especialmente sobre cómo esos edificios mejoran las lugares en los que están. Aunque en esta última se lograron muchas mejoras, el hecho es que nos fascina tener, reina, virreina y princesas, y el negocio que eso significa. Como ahora en Medellín, donde aprovechando la Bienal Iberoamericana que a mala hora se realizó allá y no en la capital, nos quieren hacer creer que su reciente arquitectura “espectáculo” representa la del país.
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