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Tiempo y arquitectura. 07.06.2018


          Explica Rodolfo Llinás que la visión no es un acto inmediato, sino un acto de relación entre la información suministrada por otros sentidos, la memoria y la nueva información visual percibida (Pablo Correa, Rodolfo Llinás / La pregunta difícil, 2017, p. 53). Y, más adelante concluye que “vemos porque tenemos receptores de luz en los ojos; escuchamos porque tenemos células auditivas y sentimos porque tenemos receptores en la piel. Pero no tenemos receptores para el tiempo”. Y afirma que la percepción del tiempo está confinada dentro de nuestro cerebro, y pregunta a continuación ¿cómo podemos saber cuánto duran las cosas? (p. 158).
          Pero el hecho es que vemos pasar el tiempo al atardecer, oímos el trueno después de ver el rayo, sentimos el abrazo al verlo venir, y el imperceptible movimiento de las sombras de los edificios deja ver el paso del día y su desaparición la llegada de la noche. Ya Leonardo da Vinci (1452-1519), siguiendo a Vitruvius, vio que la arquitectura y el cuerpo humano están íntimamente relacionados. La arquitectura le construye espacios para que habite poéticamente a lo largo de recorridos que miden el tiempo al deparar sorpresas, evocaciones, alegrías y emociones. Como dice Xabier Favre “toda arquitectura es un encuadre del movimiento” (El Malpensante Nº176, 2016, p. 57), y “el hombre de la ciudad toma […] posesión del tiempo…” ajusta Jaques Attali (Historias del tiempo,  1982, p. 115).
          Además, ciudades y edificios recuerdan otros edificios y ciudades, actuales como anteriores en la historia pero presentes en la memoria. De ahí, la importancia de conservarlos y no apenas los más simbólicos, los que constituyen la imagen colectiva que se tienen de la ciudad, sino igualmente aquellos que identifican sus sectores, barrios y calles. Imagen que, como tanto se ha repetido en esta columna, ayuda a una mejor convivencia de sus habitantes al poder identificarse con su ciudad. Alterarla, dejándola sin historia en el tiempo ni marcas reconocibles en el espacio, como en Cali para los Juegos panamericanos de 1971, perturba el comportamiento cívico de los habitantes.
          Igualmente desde su inicio la arquitectura ha sido un medio de expresión y construcción de hitos para generar creencias o para señalar en el territorio lugares sagrados y servir de orientación en el paisaje, en especial en las planicies extensas. Después, torres y cúpulas señalaron los lugares de las ciudades y, actualmente, en las más grandes, muchas de ellas en sitios planos, sus edificios son hitos urbanos que sirven para orientarse y no perder el tiempo. Afortunadamente en la mayoría de las ciudades colombianas existe altos cerros que permiten hacerlo, o de otra manera estaríamos perdidos en nuestras propias ciudades, dado la sistemática demolición de su patrimonio cultural construido.
          Por eso lo más importante en su conservación es no alterar su imagen y volverlos irreconocibles. Como ha sido el caso extremo de Cali, que en poco mas de medio siglo se ha cambiado su imagen radicalmente tres veces, hecho agravado porque la mayoría de sus habitantes actuales son recién venidos a la ciudad. De nuevo tiempo y arquitectura van juntos, y no en vano esta trata de espacios que generan volúmenes, y unos y otros al recorrerlos crean imágenes sucesivas. Del latín, imāgo, -ĭnis, es la figura, representación, semejanza y apariencia de algo (DLE), que vemos con la información suministrada por otros sentidos, la memoria y la nueva información visual percibida, como dice Llinás.

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