Más
que un cierto “aire de familia” lo que comparten Marruecos y el trópico
Hispanoamericano, son indudables tradiciones. Al fin y al cabo la mayoría de
los musulmanes que conquistaron la Península Ibérica, permaneciendo cerca de
ocho siglos, eran berebers, y luego buena parte de los conquistadores españoles
del Nuevo Mundo fueron extremeños y andaluces. Las gentes de allá y de aquí son
muchas tan parecidas que nadie se daría cuenta si se intercambiaran, ni
siquiera al hablar pues allá muchos hablan español. Lo que si los diferencia es
su comportamiento en la ciudad: allá son ordenados, silenciosos y respetuosos,
y no hay limosneros, y aquí todo lo contrario.
Como
señaló Fernando Chueca-Goitia (Invariantes castizos de la Arquitectura
Española, / Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979) aquí quedó
la religión, lengua y arquitectura, y el saber gozar del andaluz del que habla
Gustavo Álvarez Gardeazábal (Diario ADN, 09/05/ 2018). Pequeñas ciudades que
allá, como antes aquí, gozan sus climas y paisajes: dos mares, valles y
montañas, allá de arena y rocas, amarillas, grises y negras, y aquí verdes de
todos los colores, ya lo vio Aurelio Arturo (Morada al Sur, 1963), por su
variada y aún profusa vegetación, que allá se limita a pequeños y bellos valles
con palmeras, oasis en los que se bañan y comen como antes aquí en los ríos.
Las
casas de allá y de antes acá, son de muros de adobes o tapia pisada, allá con
azoteas (que llaman terrazas) las que aquí pronto se remplazaron con techumbres
de “tejas árabes” por las frecuentes lluvias. Y alrededor de patios, pequeños y
altos allá (un riad), que en el verano dejan el calor afuera y entran el agua a
sus pequeñas fuentes, o que en los climas calientes y templados permanentes de
acá dejan entrar la brisa, correr el agua por sonoras acequias y con vegetación
que de sombras; y todos, allá y acá, entran el cielo a las viviendas y
garantizaban la privacidad de las familias extensas de antes. Pero mientras
allá muchas se las convirtió en agradables hoteles aquí se demolieron para
hacer edificios.
Privacidad
que nos llegó de allá, pero mientras que allá se mantiene en su mayor parte,
aquí se invirtió olvidando los patios, cambiando las casas por sosos
apartamentos con grandes ventanales, que hay que cerrar con cortinas para que
las miradas ajenas y el sol no entren. Al tiempo que los centros comerciales
gringos reemplazaron nuestros entrañables mercados tradicionales tan parecidos
a los zocos, que sí se conservan allá, lo mismo que los alminares de las
mezquitas, iguales a los campanarios exentos que aquí tienen muchas iglesias
coloniales, como lo es la Torre Mudéjar de Cali, lo que indica la importancia
de familiarizarse con las tradiciones arquitectónicas, que allá respetan o
reinterpretan.
Allá las ciudades, sin redes aéreas ni propaganda exterior y con pocas antenas repetidoras camufladas en palmas, y calles con pórticos y muchos callejones pero con pocas y suficientes avenidas con amplios andenes, que poco se usan pues hay buen transporte público y las mas grandes con tren urbano, y la gente se concentra en los centros mas pequeños y peatonales. Casi no hay semáforos y los cruces se resuelven con pequeñas glorietas en las que se cede el paso. No hay puentes peatonales pero sí “cebras” en muchas esquinas, en las que los peatones tienen prioridad, lo mismo que en los suaves “pasos pompeyanos” que los conductores respetan con amabilidad y sin pitar pues viven sin afanes, como antes aquí.
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