Visto desde el Albaicín, al
frente, el perfil de la Alhambra, la vieja alcazaba y las varias torres a lo
largo de la muralla, sería mas bello sin el renacentista Palacio de Carlos V,
como se ve desde abajo, en la Carrera del Darro, justo al pie. Pero el palacio
sin la Alhambra, cuya ignorancia queda patente al no seguir los ejes del
conjunto hispano musulmán, no sería mas bello. Mas sin él no existiría el bello
patio de Pedro Machuca ni, probablemente, el también circular y bello del
Archivo General de la Nación de Rogelio Salmona en Bogotá. El caso es que los
palacios Nazaríes siguieron un sistema constructivo mas que una arquitectura y,
mas que un propósito, su resultado es una misma arquitectura.
Arquitectura que pasó a
América en el siglo XVI, y en el trópico pronto se adaptó a nuevos relieves,
climas y paisajes, como en las casas de hacienda del valle del río Cauca,
iniciando un nuevo capítulo de una vieja tradición. Pero a mediados del XIX
irrumpió el neoclásico de Thomas Reed en el Capitolio Nacional, abriendo la
puerta al moderno historicismo de inicios del XX, que pronto cayó, junto con lo
poco colonial que había, a manos de la generalización de la arquitectura
moderna. Solo unos pocos arquitectos, como Salmona o Heladio Muñoz en Cali,
recuperaron patios, corredores, cubiertas inclinadas y esas atarjeas y
estanques que en la Alhambra duplican y enriquecen su arquitectura.
“No hay chimeneas en la
Alhambra islámica –recuerda Germán Téllez-. Aparece un elemento común
en nuestra colonia, no en el trópico sino en el frío del altiplano
andino: el brasero árabe, complementado con cortinas en los arcos abiertos al
paisaje. El paraíso, en su versión islámica, carece de estaciones anuales. Lo
único que hay allí es la eterna primavera y el eterno fluír del agua, es decir,
de la vida.” Fluír que también se vivía en las casas de hacienda del
trópico cálido, no caliente, en el piedemonte del valle, el que se apreciaba
desde la baranda del corredor frontal hasta la lejana cordillera al otro lado,
en la que se ponía el Sol, cuyo brillo en Madīnat al- Zahrā los Califas preferían atras,
dice Téllez.
Ya en la
ciudad, el patio es el paraíso sobre el que pasa el Sol, la Luna y las
estrellas, nubes y arreboles, la briza y la lluvia. En los patios se puede
vivir en el pasado para poder pensar en el futuro y resolver el dilema, ya que
no se trata de elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas,
quedando demostrada una sola conclusión: lo mejor de una muy
antigua tradición arquitectónica y lo mejor de un desarrollo técnico moderno y
huirle al espectáculo idiota. Una arquitectura de muros blancos, allá bajo el
limpio y profundo cielo azul de Andalucía y aquí entre el “verde de todos los
colores” que no se da sólo en Nariño sino igual en el valle del río Cauca.
Y
la infinita repetición sin repetir de alicatados, yeserías y muqarnas, de las
deslumbrantes salas de la Alhambra, no le hubieran parecido un delito a Aldof
Loos porque mas que ornamento son una hermosa textura en sus muros, artesonados
y cúpulas. Texturas que recuerdan los encalados algo rugosos e irregulares de
las casas coloniales, y cuya vejez es bella al contrario de los insípidos
repellos lisos “modernos”. Grandes pero muy austeras casas cuyos grandes
solares además eran verdaderos vergeles pero iluminados por otra luz, intensa y
cromática, tan común en la Nueva Granada, como la llamaron los españoles en
honor a Granada de donde eran no pocos.
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