“La
destrucción de la ciudad” es el
titulo de un libro reciente (2017) del sociólogo Juanma Agulles, cuyo subtítulo,
“El mundo urbano en la culminación de los
tiempos modernos” deja entrever alguna esperanza, como seria la
conformación en las grandes ciudades de varias centralidades. Estas “ciudades dentro de la ciudad” fue una política urbana en Colombia en
la década de 1970, una muy buena idea como se ha
reiterado varias veces en esta columna, y que aun se podría implantar, en Cali
por ejemplo, si se dejara bien claro por qué ni siquiera se intentó llevarla a
cabo hace medio siglo: ¿qué y quiénes se oponían? y por qué se ha olvidado pese
a que se sigue proponiendo en diversos estudios.
“¿Por qué nos empeñamos en seguir
dando el mismo nombre a conglomerados
urbanos que después de siglos de transformaciones solo guardan un
parecido remoto con lo que fueron sus primeros asentamientos?” es lo que
entonces pregunta Agulles (p. 16). Entre tanto la urbanización del mundo
amenaza ciudades y sociedades, genera guerras y la degradación del ser humano y
pone en peligro su existencia misma al provocar el cambio climático; y Agulles
pertinentemente pregunta de nuevo “sí seremos capaces de dejar de ser urbanitas
y detener así este ciclo de la destrucción sin necesidad de abandonar para ello
la idea de la ciudad.” (p. 29). Idea que no tiene la mayoría de los que habitan
en ellas.
El hecho
evidente es que, como señala Agulles: “La vida
social se subvierte en este universo artificial donde las maquinas tienden a
humanizarse mientras los seres humanos adoptan comportamientos maquinales” (p.
93). De otro lado, la
construcción de vías y los ensanches se convirtieron en una industria exitosa
junto con la demolición del patrimonio construido, necesaria para abrir paso a
futuras inversiones, generando nuevos espacios que ya no tienen que ver con la
ciudad histórica ni con el urbanismo moderno (pp. 44 y 49); sólo su remedo,
habría que agregar, con su imagen tramposa de desarrollo, progreso y
modernidad: puentes sin orejas, autopistas que no lo son y urbanizaciones que
no barrios.
Es la comercialización de la ciudad
de la que ya habló Marx (José
Manuel Bermudo, Marx / del ágora al
mercado, 2015) y por eso es necesario describir la miseria
que genera el proceso de urbanización, al mismo tiempo que se asume la defensa
de las ciudades, en cuanto ámbitos de relaciones sociales, que son producto del
habitar a lo largo de la historia. “ Por
eso, limitar la urbanización es una forma de lucha política de primer orden,
porque en ella se juegan las condiciones
no ya de cierto grado de libertad, sino de su posibilidad misma” concluye
Agulles (pp. 54 y 55). Al fin y al cabo son el escenario de la cultura como
escribió Lewis Mumford, y se ha repetido aquí tantas veces.
“El cambio antropológico que la totalización
del proceso urbano conlleva aún no ha finalizado y puede que no seamos
conscientes de él hasta que sea demasiado tarde” apunta Agulles (p. 37); a lo
que habría que agregar la corrupción que acompaña a muchas de las obras
públicas en Colombia. Pero si se trata de limitar la urbanización industrial y
de mantener un equilibrio con el mundo rural, en una verdadera reforma urbana,
es necesario, sí no privatizarlo, como propone Agulles, al menos poner por
delante el interés de todos sobre la propiedad del suelo urbano y urbanizable
(p. 51); y por supuesto hay leyes que lo permiten como la del impuesto a la
plusvalía, sólo que no se aplican.
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