Da alegría
de verdad ver el Teatro Municipal Enrique Buenaventura lleno de gente para
escuchar la Orquesta Filarmónica de Cali, lo que hay que agradecerle a sus
directivas, patrocinadores y organizadores, y desde luego un fuerte y largo
aplauso para sus músicos y directores. Y por eso mismo caben algunas sencillas sugerencias
a las directivas del teatro, pero igualmente un llamado a las Autoridades
Municipales para que inviertan los dineros del erario, que es de todos, en el
teatro en lugar de en parques mal construidos y peor diseñados, que además
entorpecen el transito y fomentan la inseguridad, o remodelando totalmente
plazoletas que sólo precisaban de algún mantenimiento.
Seria conveniente que a la entrada del
teatro se pusiera, por todo el tiempo que sea necesario, un aviso informando a
los espectadores que deben acatar algunas normas básicas de comportamiento a
cumplir en la sala, independientemente de si la entrada es gratis, las que
también se podrían incluir en un volante acompañando los programas, o con las
boletas cuando es el caso; y eliminar esos antipáticos asientos reservados
cuando el espectáculo es gratis o que sus supuestos ocupantes deban llegar
antes. Y por supuesto instruir a los acomodadores para que las hagan respetar
amable pero firmemente; en su época François Dolmetsch lo solicitaba desde el escenario
y sin duda algo funcionaba.
Se trata de unas pocas indicaciones
elementales, como la de no entrar cuando la música (o el teatro o la danza o la
opera) haya comenzado, apagar los celulares pues sus timbres y luces son muy
molestos para los demás; no obstruir la vista a los que están atrás pues hay
quienes no se quitan el sombrero o la cachucha; no hacer ruido con las puertas
y asientos en los palcos; en fin, guardar silencio y la mínima compostura y
vestimenta adecuada por respeto a los otros, al espectáculo y a la cultura; a
la paz si que cabría decir, en lo que seguro habría estado de acuerdo José
Antonio Abreu, a la que dedicó su música, mas no Maduro al que sin ser sordo sí
que le cuesta escuchar.
Igual es preciso que cambien las muy
feas y muy molestas luces blancas de la sala por una iluminación cálida, y
regulable, como la que tenía, o tenerla por sectores para poder, por ejemplo en
los conciertos, dejar la sala apenas tenuemente iluminada como se usa en muchos
teatros del mundo. Y, hablando de luces ¿en donde está la grande y bella araña
que colgaba en el centro del cielo? y, haciendo preguntas ¿cuándo se va a
aumentar la distancia entre las filas de la platea para facilitar el acceso de
los espectadores? se perderían unas dos o tres filas de puestos pero se
aumentaría su funcionalidad y confort; el caso es que algunos ni siquiera caben
y por lo tanto ni siquiera van.
Finalmente,
algún día, ojala pronto, habrá que reducir la diferencia de altura entre la
platea y el escenario pues cerca de la mitad de los espectadores no pueden ver
los pies de los actores o, lo que es fatal, de los bailarines. Es preciso
subirla a su nivel original pues se bajó a mediados del siglo pasado cuando el
teatro se usó para proyectar películas, con el objeto de aumentar su cabida, y
por lo mismo se eliminaron los palcos bajos que la acompañaban. Se puede
verificar viendo viejas fotografías, como ya se indicó hace dos años en esta
columna (Arquitectos y músicos, 25/02/2016). Mas también se podría bajar el escenario, son
solamente unos cincuenta centímetros y sería más económico.
Comentarios
Publicar un comentario