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Vecindades. 12.04.2012


          La arquitectura moderna dejó en Cali a mediados del siglo XX varios de sus mejores ejemplos en el país, influidos por la arquitectura brasilera, de climas, paisajes y tradiciones similares, muy admirada en la época, y cuya máxima expresión es Brasilia, la mas importante y grande de las pocas ciudades modernas que se hicieron y Patrimonio de la Humanidad. La Embajada de Colombia, la única del país diseñada a propósito, se inauguró en 1981 y hoy se destaca en el sector de las embajadas de la ciudad. Ante las dificultades para un concurso, el Ministerio de Relaciones Exteriores contrató al arquitecto caleño Cesar Barney, quien terminó sus estudios, iniciados en Estados Unidos, en Rio y trabajó allí con Burle Marx diseñando jardines, formando después parte del equipo de Niemeyer responsable de los edificios públicos de la nueva capital.   
          La sede se destinó sólo a la cancillería y la residencia del embajador, en dos edificios similares, con salones y comedores protocolarios y explanadas para eventos diplomáticos. El terreno, donado por Brasil, tiene 25.000 m2 y desciende hacia el Lago Paranoá, la gran represa a la que Lucio Costa acomodó la cruz que trazó para Brasilia. La embajada tiene una entrada pública por la que se accede a la cancillería y que permite ver, mas abajo y hacia el lago, la residencia, con su propio acceso desde el otro lado, orquestando un dialogo que se multiplica pues los  edificios están dentro de un logrado jardín, cuyos árboles y flores deparan al recorrerlos bellas composiciónes con las diferentes fachadas, enriqueciendo el conjunto, similar a la de la casa de Cañasgordas que describe Palacios en El Alférez Real.
          Junto a las áreas duras exteriores hay un bello estanque, con peces y plantas, que penetra al interior de la cancillería a través de grandes quiebrasoles verticales de hormigón, y por el que se entra caminado por losas sobre el agua, encontrando una figura de San Agustín que se destaca significativamente bajo los helechos que cuelgan de la doble altura de ese logrado espacio. A la residencia se accede recorriendo otro gran estanque donde se refleja el cielo azul intenso de Brasilia, que por la tarde suele estar lleno de arreboles, como los que describe Isaacs en María. En el interior de los dos edificios, los ventanales dejan sentir la vegetación exterior, y la imponente y bella explanada  invita a caminar y recuerda nuestras grandes plazas empedradas como la de la Villa de Leyva.
          La arquitectura de la embajada, es al tiempo colombiana y brasilera. Elegante pero austera, funcional pero con sorpresas; sencilla y de ahí bella (ver http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/projetos/11.132/4168). El mobiliario es discreto, y se dejaron espacios para obras de los mas destacados artistas colombianos, lo mismo que en el jardín, para que fueran prestadas por el Banco de la República y renovadas cada dos años, lo que desafortunadamente aun no se ha logrado. Es tiempo de que volvamos a mirar hacia la arquitectura brasilera, especialmente la del centro y norte, pues somos vecinos de geografía e historia en el Amazonas, como lo describió Rivera en La Vorágine. Región que tarde o temprano saldrá al Pacifico por el Valle del Cauca, como tanto insiste Carlos Jiménez en su columna.

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