La arquitectura moderna
dejó en Cali a mediados del siglo XX varios de sus mejores ejemplos en el país,
influidos por la arquitectura brasilera, de climas, paisajes y tradiciones
similares, muy admirada en la época, y cuya máxima expresión es Brasilia, la mas
importante y grande de las pocas ciudades modernas que se hicieron y Patrimonio
de la Humanidad. La Embajada de Colombia, la única del país diseñada a
propósito, se inauguró en 1981 y hoy se destaca en el sector de las embajadas
de la ciudad. Ante las dificultades para un concurso, el Ministerio de
Relaciones Exteriores contrató al arquitecto caleño Cesar Barney, quien terminó
sus estudios, iniciados en Estados Unidos, en Rio y trabajó allí con Burle Marx
diseñando jardines, formando después parte del equipo de Niemeyer responsable
de los edificios públicos de la nueva capital.
La sede se destinó sólo a
la cancillería y la residencia del embajador, en dos edificios similares, con
salones y comedores protocolarios y explanadas para eventos diplomáticos. El
terreno, donado por Brasil, tiene 25.000 m2 y desciende hacia el Lago Paranoá,
la gran represa a la que Lucio Costa acomodó la cruz que trazó para Brasilia.
La embajada tiene una entrada pública por la que se accede a la cancillería y
que permite ver, mas abajo y hacia el lago, la residencia, con su propio acceso
desde el otro lado, orquestando un dialogo que se multiplica pues los edificios están dentro de un logrado jardín,
cuyos árboles y flores deparan al recorrerlos bellas composiciónes con las diferentes
fachadas, enriqueciendo el conjunto, similar a la de la casa de Cañasgordas que
describe Palacios en El Alférez Real.
Junto a las áreas duras
exteriores hay un bello estanque, con peces y plantas, que penetra al interior
de la cancillería a través de grandes quiebrasoles verticales de hormigón, y
por el que se entra caminado por losas sobre el agua, encontrando una figura de
San Agustín que se destaca significativamente bajo los helechos que cuelgan de
la doble altura de ese logrado espacio. A la residencia se accede recorriendo
otro gran estanque donde se refleja el cielo azul intenso de Brasilia, que por
la tarde suele estar lleno de arreboles, como los que describe Isaacs en María. En el interior de los dos
edificios, los ventanales dejan sentir la vegetación exterior, y la imponente y
bella explanada invita a caminar y
recuerda nuestras grandes plazas empedradas como la de la Villa de Leyva.
La arquitectura de la
embajada, es al tiempo colombiana y brasilera. Elegante pero austera, funcional
pero con sorpresas; sencilla y de ahí bella (ver http://www.vitruvius.com.br/revistas/read/projetos/11.132/4168). El mobiliario es discreto, y
se dejaron espacios para obras de los mas destacados artistas colombianos, lo
mismo que en el jardín, para que fueran prestadas por el Banco de la República
y renovadas cada dos años, lo que desafortunadamente aun no se ha logrado. Es
tiempo de que volvamos a mirar hacia la arquitectura brasilera, especialmente
la del centro y norte, pues somos vecinos de geografía e historia en el
Amazonas, como lo describió Rivera en La
Vorágine. Región que tarde o temprano saldrá al Pacifico por el Valle del
Cauca, como tanto insiste Carlos Jiménez en su columna.
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