Los que
dicen que el trastorno climático es un cuento chino, además echado por los mismos
chinos, como Trump, pese a que allá ya esta en construcción la primera ciudad
verde del mundo, o que nada les dice el desprendimiento de mil millones de
toneladas de hielo de la Antártida, aunque sea un fenómeno natural y no suba un
metro el nivel del mar a corto plazo inundando ciudades, o que la deforestación
de la Amazonia para sembrar la coca que usan en USA y cereales para los chinos
nada les dice, son de hecho unos irresponsables. Y no sólo con el futuro de sus
vidas, en tanto calidad de vida, si no con toda seguridad con las vidas mismas
de sus descendientes.
El caso es que, como escribió un gran
poeta andalusí “las cosas [los] están mirando y [ellos] no [pueden] mirarlas”
pues la (equivocada) economía no los deja ni su codicia tampoco. Hay que pensar “verde que te quiero verde” y proteger la
naturaleza y con ella la vida de todos sus animales, incluyendo los “animales”
que la están destruyendo. Son los responsables de la contaminación del medio
ambiente, de las basuras por todos lados, de los ríos y mares llenos de bolsas
plásticas, de las aguas contaminadas, de la escasez creciente de aguas dulces y
su eutrofización, (incremento de sustancias nutritivas que provoca un exceso de
fitoplancton), del desecado de humedales, la deforestación, la basura
electrónica, y de las guerras, solo que ahora con el peligro de que sean
atómicas.
Por eso hay que hacer edificios mas
que sostenibles, verdes de verdad y no artificiales muros verdes de moda pero
regados con agua potable. Es decir, hacer edificios que sean regenerativos
reciclando el agua y la energía que consumen, y convirtiendo sus “desperdicios”
en materia prima, y que, por ejemplo en Cali, también disfruten de “verdes
barandas” y no sosos y estrechos balcones que por lo demás muchos cierran con
vidrio y ponen aire acondicionado como si no estuvieran en este trópico cálido
y húmedo, tan cerca de la zona de confort (tres veces al día todo el año) pero
que, probablemente por eso mismo, no aprecian esos “barandales de la luna por
donde retumba el agua”.
Y sembrar árboles en andenes y
parques, y acompañando los cultivos de la región, en la que se dejaron talar
bosques (antes se los llamaba montes y eran para tumbar) y bellísimos guaduales,
“dejando
un rastro de lágrimas”. Sus “verdes ramas” absorben en
“el verde viento” los gases de efecto invernadero y lo “frota[n] con la lija de
sus ramas […] dejando en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca”.
El Parque del Acueducto es un ejemplo,
allí los árboles ya no dejan ver los desordenados edificios que se dejaron –dejan
o dejarán- hacer a sus pies o muy cerca. ¿Se imagina el Cerro de las tres
Cruces cubierto por árboles y sin antenas? Y el de Cristo Rey y el de La
Bandera.
Finalmente, reducir la sobrepoblación
y el consumismo pensando cada cosa en su sitio: “el barco sobre la mar y el
caballo en la montaña”. Que las ciudades no invadan el campo y proteger el
campo y llevarlo a las ciudades. Es el “romance sonámbulo” de algunos que
cuando la noche se pone “íntima como una pequeña plaza [y] un carámbano de luna
[se] sostiene sobre el agua” piensan mas que los que creen que están despiertos
pero que no ven las “grandes estrellas de escarcha [que] vienen con el pez de
sombra que abre el camino del alba” mas no que no es que estén dormidos y no
sueñen sino que simplemente son inconscientes o prefieren no pensar sino creer.
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