No muchos de los actuales 7.888.536.019 habitantes de la Tierra al 15/04/2021 estarán en buenas condiciones para ver los próximos tránsitos de Venus por el Sol, pues serán en 2117 y 2125. Los anteriores fueron en 2004 y 2012 y Andrea Wulf se apresuró a ver este último luego de haber terminado su libro al respecto, en el que relata los dos últimos, que fueron en 1761 y 1769, signados por la importancia de poder determinar la hora precisa y la localización exacta, desde donde los observaron cientos de astrónomos en el mundo. El primero del que se tiene noticia fue en 1639 y los que los siguieron fueron en 1874 y 1882, y ojalá Andrea Wulf se anime a escribir el respectivo libro.
Mientras que en Europa y en América los países estaban en sucesivas guerras y revoluciones, los astrónomos convocados por el británico Edmond Halley en 1716, “a unirse en un proyecto que abarcaba todo el globo… y que cambiaría el mundo de la ciencia siempre” (p. 21) compartieron toda clase de datos, informaciones y conocimientos para poder determinar la distancia de la Tierra al Sol y a partir de esta calcular otras distancias siderales: “El arte de medir el cielo” como subtitula su libro Wulf. Finalmente la distancia fue establecida en 2012 en 149.597.870.700 Km, y vale la pena compararla con la longitud de la circunferencia ecuatorial de La Tierra que es de 40.075 Km.
Pero a partir del Siglo XVIII lo que más se generalizó por el mundo no fue el movimiento cultural e intelectual de La Ilustración, sino las muchas nuevas técnicas derivadas de los nuevos conocimientos científicos, las que además de permitir la revolución industrial, que posibilitó el mundo actual, también han llevado al peligro de los accidentes o guerras nucleares, y a la rápida sobrepoblación del planeta, que con el consumismo desaforado, estimulado por el capitalismo salvaje y el esnobismo de los arribistas, los que se han multiplicado, genera los gases de efecto invernadero que han agravado el cambio climático, amenazando con cambiar el mundo para siempre.
Paradójicamente el pensamiento científico, es decir demostrable, y no las creencias inculcadas desde la infancia y no elegidas, es el que ahora puede aumentar la calidad de la vida en todo el mundo y para muchas más personas, con la condición de que estas sean muchas menos y siempre mejorándola no cambiándola. Pero aunque cada vez sean más los que piensan y no que simplemente creen, infortunadamente la mayoría siguen haciéndolo con respecto a asuntos que nos afectan a todos como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la desaparición de bosques y selvas, la acumulación de desperdicios y basuras, la escasez creciente del agua dulce y su derroche y contaminación.
Solo queda recordar el pedido de Denis Diderot: “Debemos demostrar que somos mejores, y que la ciencia ha hecho más por la humanidad que la gracia divina o suficiente” (citado por Wulf, p. 11). Es necesario divulgar el conocimiento riguroso en todos los campos del saber humano, precisamente como Didertot, junto con D’Alambert, lo impulsaron en La enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. Y entender por qué para los antiguos babilonios, que lo llamaban Ishtar, los griegos Afrodita y los romanos Venus, este planeta representaba a la diosa del amor, la fertilidad y la belleza, y de ahí su persistente búsqueda antes pues ahora ya poco se lo mira.
Comentarios
Publicar un comentario