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¿Solo una anomalía? 21.04.2021

Extraterrestre, 2020, de Avi Loeb, director del Departamento de Astronomía de Harvard, facilita entender que si la vida sólo existe en la Tierra y el ser humano es inteligente, por qué entonces está acabando con sus selvas y montes, su biodiversidad y fuentes de agua dulce, llenando sus mares de plásticos desechables, botando comida, basuras y toda clase de desperdicios, y generando gases de efecto invernadero que llevan al cambio climático, todo esto multiplicado por la sobrepoblación, el consumismo, el nacionalismo y las creencias dogmáticas. Y por qué a tantos políticos y sus seguidores no les interesan las recomendaciones de Bill Gates en Cómo evitar un desastre climático, 2021.


Oumuamua es un objeto interestelar avistado en octubre de 2017, cuyas anomalías hacían dudar de que fuera un cometa o un asteroide interestelar, lo que llevó a la mayoría de los astrofísicos a contentarse con que sólo era una anomalía en sí misma, pero Avi Loeb los enfrentó con la hipótesis de que constituye la primera evidencia de vida y tecnología extraterrestre, de la que él deriva las importantísimas implicaciones que esto tendría para el ser humano. Y, citando a Sherlock Holmes, afirma que: “Cuando se ha descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, ha de ser verdad.” (p. 87). Ya lo dijo Heráclito: “Si no esperas lo inesperado, no lo descubrirás”. (p. 112).

“El simple hecho de saber que no estamos solos transformaría a la propia humanidad, por no hablar del conocimiento que extraeríamos de ese descubrimiento”, señala Loeb (p. 131), y considerar esa eventualidad debería bastar más no es así y, como concluye: “Es bastante probable que, si no nos andamos con ojo, los próximos siglos de nuestra civilización sean los últimos” (p. 148), “estamos jugando con la vida de los hijos de nuestros hijos” (p. 155). “El verdadero indicador de la inteligencia es la promoción del propio bienestar, pero muchas veces actuamos en detrimento propio” (p. 172) y olvidamos la navaja de Ockham “la solución más simple es probablemente la correcta” (p. 208).

“Lo cierto es que nunca hay que confundir verdad con consenso”, el que condenó a Galileo pero no cambió el que la Tierra se mueve alrededor del Sol y no lo contrario (pp. 124 y 125) y por lo tanto se debe “mantener al público informado, y no solo porque buena parte de la investigación científica se financie con dinero de los contribuyentes” (p. 130), y urge cambiar la enseñanza de “la ciencia, […] la filosofía, la religión… e incluso la educación” (p. 177). Y hay que incluir oficios que incluyen las artes, como el urbanismo, el paisajismo y la arquitectura pues en las ciudades habita más de la mitad de la población del planeta, y han crecido mucho en contra de sus geografías y paisajes.

Curiosamente a Winston Churchill también le preocupaba el tema de Avi Loeb, y en 1939, en plena Segunda Guerra Mundial, escribió un artículo titulado ¿Estamos solos en el espacio? pero que nunca publicó, lo que se comprende ya que antes que todo era un político, y sólo se divulgó en 2016; en él decía que era lógico pensar que un gran número de planetas estaban “a la distancia correcta de su astro para mantener una temperatura adecuada”, tenían agua y atmósfera y, por lo tanto, podrían albergar vida, y previó que: “En un futuro no muy lejano, tal vez se pueda viajar a la Luna, o incluso a Venus o Marte.” (citado por Loeb, p. 153); Oumuamua (el explorador) sin duda le habría interesado.

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