Ignorando la recomendación del Oráculo de Delfos, que desde el siglo IV a.EC. advertía premonitoriamente que “nada en exceso”, a inicios del siglo XXI ya hay demasiado de casi todo. La rapidez con que desde inicios del siglo XX se disminuyó mucho la mortalidad infantil y se aumentó la vida promedio de los adultos, llevó a que se duplicara la población del planeta, pasando de mil millones a dos mil, entre 1800 y 1927 (más de un siglo), que nuevamente se duplicara, pasando entonces a cuatro mil millones entre 1927 y 1974 (casi medio siglo) y que, creciendo a un poco más de mil millones cada diez años, nuevamente se duplicara entre 1974 y 2021 (poco menos de medio siglo).
Ya somos cerca de ocho mil millones de personas consumiendo diariamente (energía, agua, combustibles, alimentos y bebidas) y adquiriendo objetos periódicamente (viviendas, muebles, elementos de cocina y comedor, electrodomésticos, ropas, vehículos, etc., etc.) generando gases de efecto invernadero, el deshielo y la subida del nivel del mar y muchísimas basuras (comida, frascos, empaques, bolsas de plástico, papel, escombros, desperdicios varios) alterando así el medio ambiente (disminución del agua dulce, los recursos no renovables, la biodiversidad, las selvas y los bosques) junto con la destrucción de los paisajes naturales y el crecimiento descontrolado de las ciudades.
Con menos gente habría menos consumo; con menos consumo habría menos desperdicio; y con menos desperdicio habría menos alteración del medio ambiente natural y se evitaría el evidente peligro que ahora representa el cambio climático. Pero si bien es claro el porqué, el cómo y el dónde de la “explosión demográfica”, es preciso no taparse los ojos y preguntarse el para qué; y la respuesta obvia es que la sobrepoblación sólo benéficia a los que quieren vender más cualquier cosa que se consuma, por lo que no dudan en incentivar a hacerlo más allá de lo necesario, estimulando el esnobismo o mediante su obsolescencia programada o inducida por modas que pronto pasan de moda.
Pero casi todo suele tener un límite y lo más inteligente es, entonces, preguntarse con Andrew D. Hwang, matemático formado en la Universidad de California (The Conversation, 24/07/2018) “cuántas personas puede soportar la Tierra” y en consecuencia “¿qué pasará si no hacemos nada para gestionar el futuro crecimiento demográfico y el uso de los recursos que implica?” y la respuesta es que obedeciendo a la realidad biológica, la capacidad de carga de la Tierra estaría restringiendo la población humana por inanición y enfermedades que compensen la tasa de natalidad; y por eso se espera que para 2100 la población del planeta se estabilice entre los diez y doce millones de habitantes.
En conclusión, entender que “de nada mucho” (como bien recomendaba el papá del arquitecto Carlos Campuzano) sería mejor para todos, y que luego de la pandemia de 2020 no se eluda en la recuperación de la economía su directa relación con el cambio climático. Como lo indica Thomas Piketty (Capital e ideología, 2019) es preciso una verdadera socialdemocracia con impuestos progresivos a la renta, patrimonio y sucesiones, y acceso para todos a una mejor educación política, cívica y reproductiva, es decir cultural y no apenas profesional, que les permita a muchos decidir sobre su futuro en las ciudades pensando en cómo racionalizar su descendencia, consumos y desperdicios.
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