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Pensar y votar. 11.08.2021

 En ‘El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo’, 2021, Anne Applebaum señala que: “El autoritarismo es algo que atrae simplemente a las personas que no toleran la complejidad [como lo comprueba la] mera existencia de [las] que admiran a los demagogos o se sienten más cómodas en dictaduras [lo] que no explica del todo por qué estos ganan elecciones [pues] también necesitan a personas que sepan utilizar un sofisticado lenguaje jurídico, que sepan argumentar que violar la Constitución o distorsionar la ley es lo correcto. Necesitan a gente que dé voz a sus quejas, manipule el descontento, canalice la ira y el miedo e imagine un futuro distinto” (pp.24 y 25).

“[El] escepticismo con respecto a la democracia liberal es normal. Y el atractivo del autoritarismo es eterno. [Y la] verdad es que [les] disgusta la división; prefieren la unidad” (pp. 60 y 106). Lo cierto es que muchos no toleran ninguna complejidad: para ellos sólo hay hombres o mujeres, jóvenes o viejos, blancos o negros, buenos o malos, ricos o pobres, nacionales o extranjeros, creyentes o no creyentes. Callan o insultan; confunden líderes con caudillos, aplauden a los demagogos y se sienten más cómodos bajo gobiernos fuertes pero usan la corrupción para evadir la justicia y las normas, y se abstienen de votar porque para qué si todo sigue igual o venden su voto para seguir igual.

Como lo señala Anne Applebaum: “Sabemos desde hace tiempo que en las sociedades cerradas el advenimiento de la democracia, con sus voces discordantes y sus opiniones diversas, puede resultar ‘complejo y aterrador’ para quienes no están acostumbrados a la disensión pública”.
Y están los extremistas que evaden el debate democrático. Ya al respecto Isaiah Berlin escribió en ‘Cuatro ensayos sobre la libertad’, 1988, sobre la necesidad humana de creer que “en algún lugar, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de un pensador individual, en los dictámenes de la historia o de la ciencia […] existe una solución definitiva” (citado por Applebaum, p. 109.

Por lo contrario, lo inteligente sería que: “La disensión pasa a ser normal” (p. 110). Pero está la violencia contra las personas y las propiedades públicas y privadas para dar voz a las quejas sin considerar si son falsas o al menos relativas, y que hay maneras pacíficas para resolverlas.
Violencia que va desde el asesinato y el linchamiento hasta las falsas acusaciones o ‘noticias’, o desde el vandalismo y los robos hasta los bloqueos de carreteras y calles, pasando por alto que perjudican a todos, sumando a la violencia animal la falta de entendimiento, y que: “Es posible interesarse por lo local y lo global al mismo tiempo” (p. 174). Como lo es ante la amenaza del calentamiento global.

En Grecia -cuna de la democracia- Platón “sospechaba que [esta] podía no ser más que un punto de partida en el camino hacia la tiranía” (p.22). Pero ya, como Applebaum concluye: “En las sociedades más abiertas de Occidente hemos llegado a sentirnos orgullosos de nuestra tolerancia ante las opiniones divergentes” (p. 109). “La gente siempre ha tenido opiniones distintas, pero ahora parte de datos fácticos distintos” (p. 112). Pero: “Las democracias liberales siempre han exigido algo de los ciudadanos: participación, debate, esfuerzo, lucha [y] cierta disposición a hacer retroceder a quienes crean cacofonía y caos” (p. 182). A votar, pues, pero pensando en propuestas no creyendo en ‘ideas’.

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