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Saborear en casa. 10.11.2021

Desde luego uno no se la pasa pasando la lengua por las superficies de la casa pero hay que recordar que estas se inician para proteger el fuego, calentarse y cocinar; sentados o acuclillados alrededor se veían las llamas, se oía su crepitar, se tocaban las ramas para alimentarlo y, sobre todo, se olía la comida que allí mismo se procedía a saborear detenidamente y con deleite. Desde entonces siempre los cinco sentidos han estado presentes en las casas, y por lo tanto deberían estarlo en sus proyectos arquitectónicos, y así darles sabor a algo grato que se aprecia con deleite y detenidamente. ¿A qué sabe su casa? ¿Es dulce, salada, ácida, amarga o sabrosa? ¿O no se ha dado cuenta?

Una casa puede ser dulce, es decir placentera, o sea que produce mucho placer por sí misma independientemente de quien la habite y si es que no la han llenado con muchos muebles, adornos y cuadros contradictorios.
O puede ser salada, que potencia todas las sensaciones que produce, o que es de mala suerte y determina hechos y circunstancias imprevisibles. Dulce como la Alhambra en Granada, aunque mucho mejor con huríes que con turistas, o una casa colonial de Hispanoamérica. O salada intermitentemente como la Casa Blanca en Washington, o como un soso apartamento sin suerte, de un piso y sin siquiera balcones, repetido idéntico por muchos pisos arriba, abajo, a un lado y al otro.

También una casa puede ser ácida, es decir agria en la medida en que es irónica, o también la alarma de algo que puede pasar, como que amenaza ruina, o que sus habitantes la han vuelto así con sus incoherentes adornos, cuadros y muebles; o puede ser amarga porque causa disgusto, o desagradable porque disgusta a los sentidos. Ácida como el Kremlin soviético en Moscú, o esas casas idénticas repetidas en filas interminables. Amarga como el Palacio de la Nueva Cancillería del Reich en Berlín, encargado a Albert Speer por Hitler, y en cuyo búnker este se suicidó, o tantas casas en tantas partes que solo traen malos recuerdos y que precisamente es por eso que se las recuerda.

Finalmente, una casa es sencillamente sabrosa en la medida en que se puede disfrutar con detenimiento y placer por propios o visitantes a medida que se circula o se está en ella. Ya sea adentro en sus salas, estares, comedores y cocinas, o en sus alcobas, estudios y baños, y mucho más si estos son amplios, luminosos, ventilados y con jardín propio con sus propios olores, es decir, edénicos. O afuera en sus íntimos patios, abiertos jardines, huertos caseros en los que se cultivan las matas que darán sabor a sus comidas, o en sus gratos vergeles con sus sabrosas frutas que se cogen del árbol o se recogen del suelo recién caídas y que de inmediato se saborean antes de llevar las otras a la casa.

Muchas ciudades en el mundo se identifican por sus comidas y estas por sus olores que anuncian conocidos sabores, y lo mismo sucede en algunas casas; pero en general todas saben ya sea a soledad o alegría, a autenticidad o esnobismo, a empatía o rechazo, a tradición o modernidad. O de verdad saben a campo como una casa de hacienda, o a ciudad como una casa solariega en una plaza principal; o a suburbio, la que no es ninguna pretendiendo ser la otra. O puede que parezca que pueden saber a plata o a oro, pues saborear también significa poder atraer con halagos, razones o interés (DLE), y entonces algunos vivos se pasan la lengua por los labios y se frotan las manos.

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