Desde luego uno no se la pasa pasando la lengua por las superficies de la casa pero hay que recordar que estas se inician para proteger el fuego, calentarse y cocinar; sentados o acuclillados alrededor se veían las llamas, se oía su crepitar, se tocaban las ramas para alimentarlo y, sobre todo, se olía la comida que allí mismo se procedía a saborear detenidamente y con deleite. Desde entonces siempre los cinco sentidos han estado presentes en las casas, y por lo tanto deberían estarlo en sus proyectos arquitectónicos, y así darles sabor a algo grato que se aprecia con deleite y detenidamente. ¿A qué sabe su casa? ¿Es dulce, salada, ácida, amarga o sabrosa? ¿O no se ha dado cuenta?
Una casa puede ser dulce, es decir placentera, o sea que produce mucho placer por sí misma independientemente de quien la habite y si es que no la han llenado con muchos muebles, adornos y cuadros contradictorios.
O puede ser salada, que potencia todas las sensaciones que produce, o que es de mala suerte y determina hechos y circunstancias imprevisibles. Dulce como la Alhambra en Granada, aunque mucho mejor con huríes que con turistas, o una casa colonial de Hispanoamérica. O salada intermitentemente como la Casa Blanca en Washington, o como un soso apartamento sin suerte, de un piso y sin siquiera balcones, repetido idéntico por muchos pisos arriba, abajo, a un lado y al otro.
También una casa puede ser ácida, es decir agria en la medida en que es irónica, o también la alarma de algo que puede pasar, como que amenaza ruina, o que sus habitantes la han vuelto así con sus incoherentes adornos, cuadros y muebles; o puede ser amarga porque causa disgusto, o desagradable porque disgusta a los sentidos. Ácida como el Kremlin soviético en Moscú, o esas casas idénticas repetidas en filas interminables. Amarga como el Palacio de la Nueva Cancillería del Reich en Berlín, encargado a Albert Speer por Hitler, y en cuyo búnker este se suicidó, o tantas casas en tantas partes que solo traen malos recuerdos y que precisamente es por eso que se las recuerda.
Finalmente, una casa es sencillamente sabrosa en la medida en que se puede disfrutar con detenimiento y placer por propios o visitantes a medida que se circula o se está en ella. Ya sea adentro en sus salas, estares, comedores y cocinas, o en sus alcobas, estudios y baños, y mucho más si estos son amplios, luminosos, ventilados y con jardín propio con sus propios olores, es decir, edénicos. O afuera en sus íntimos patios, abiertos jardines, huertos caseros en los que se cultivan las matas que darán sabor a sus comidas, o en sus gratos vergeles con sus sabrosas frutas que se cogen del árbol o se recogen del suelo recién caídas y que de inmediato se saborean antes de llevar las otras a la casa.
Muchas ciudades en el mundo se identifican por sus comidas y estas por sus olores que anuncian conocidos sabores, y lo mismo sucede en algunas casas; pero en general todas saben ya sea a soledad o alegría, a autenticidad o esnobismo, a empatía o rechazo, a tradición o modernidad. O de verdad saben a campo como una casa de hacienda, o a ciudad como una casa solariega en una plaza principal; o a suburbio, la que no es ninguna pretendiendo ser la otra. O puede que parezca que pueden saber a plata o a oro, pues saborear también significa poder atraer con halagos, razones o interés (DLE), y entonces algunos vivos se pasan la lengua por los labios y se frotan las manos.
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