Todos los sentidos siempre están presentes en cada casa, pero mucho más de lo que se ve, se oye o se huele, todo el tiempo los pies, las manos y también otras partes del cuerpo están tocando la casa ya sea directamente o a través de sus muebles; incluso lo que se saborea en la boca será tocado después con la lengua o apenas recordado con el olfato. Y en cada casa la interrelación de todos los sentidos en su apreciación y en consecuencia su pleno disfrute, es permanente y constantemente cambian o simplemente varían: se complementan entre ellos positivamente, simplemente se suman o aparentemente se anulan entre sí, o son negativos, aunque puede quedar algo que saque la cara.
La interrelación de los sentidos siempre es variada, por ejemplo adentro de la alta nave central de una catedral en donde a los colores y formas de sus vitrales se suma el bello sonido de una misa cantada, respirando al mismo tiempo el evocador aroma del incienso. Y si se hace todo eso para evocar una vida en otra parte, por qué no buscarlo para la de todos los días, aquí en casa, procurando la armónica interrelación de todos los sentidos dependiendo desde luego de cada espacio; interrelación que también puede ser sorprendente: oler a un intruso al que no se ve ni se oye; oír a alguien que no se ve; ver a alguien en la oscuridad con solo acariciarlo, saborear lo que se cocina al lado y no se comerá.
Sonidos y olores agradables complementan la belleza de lo que se ve, y también se suman a lo que se toca o saborea; pero no hay belleza arquitectónica que anule el ruido ni los olores desagradables ni que justifique un tropezón, ni la más bella música corrige el feo espacio en donde se la escucha a menos que se cierren los ojos como cuando la comida es fea, pero rica y no se la mira mucho. Y entonces, qué desconcierto cuando sencillamente los sentidos se anulan entre sí impidiendo disfrutar de los impulsos básicos que conforman siempre toda emoción arquitectónica, ya que nunca es solo el de la vista como sí pasa en las revistas que pretenden ‘escribir’ de arquitectura con solo fotografía.
Por otro lado, la extensión de todos los sentidos, desde la casa hacia la ciudad, es permanente, y lo contrario también: el ruido y los olores ajenos se producen en las casas vecinas y en la ciudad y se reciben en estas y en la ciudad, y la belleza o no de las fachadas está al alcance de todos los que pasan por sus frentes, aunque muchos miran, pero no las ven. En conclusión, las emociones que generan los sentidos en casa se trasladan a la ciudad y viceversa; basta con imaginar cualquier bello edificio puesto en medio de una fea ciudad, o una bella casa en un barrio que cada vez se vuelve más feo; lo bello solo en algo compensa lo feo, pero, afortunadamente, lo feo no daña lo muy bello... sobran ejemplos.
La arquitectura hay que sentirla, pero la inclusión de todas las sensaciones a través de los cinco sentidos en su representación es difícil; lo que se ve se puede dibujar, pero el resto hay que pensarlo y escribirlo. Hay que lograr que la arquitectura sea narrada y no apenas dibujada, y los ejercicios de diseño en las escuelas de arquitectura deberían empezar por escribir lo que se va a proyectar, para lo que es pertinente recurrir a Vitruvius: función, construcción y forma, y comenzar por la implantación tal como él lo hizo, y por último y en consecuencia de lo anterior, decidirse por un método de proyección: analógico, tipológico, canónico, su combinación o la ‘caja negra’.
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