Observa el escritor español Jesús Greus, en Así vivían en Al-Ándalus, 1988, que en sus ciudades “el ambiente callejero era bullicioso y pintoresco. A todas horas del día circulaba por la calle una atareada u ociosa que acudía a los zocos, se ponían a la venta esclavos, libros, tapices, especias, cereales, frutas exóticas. Había barberos que afeitaban en cualquier esquina, vendedores de fritangas, aguadores, herbolarios que preparaban ungüentos, asnos cargados de forraje, bereberes que bajan de los montes para vender hortalizas. Entre el hormigueo incesante de la multitud pululaban mendigos, ciegos con su lazarillo, equilibristas, faquires, encantadores de serpientes, narradores de cuentos, astrólogos […] Alejados de los céntricos mercados de la medina y de los populosos bazares, los barrios exteriores ofrecían a sus residentes un ambiente silencioso y recogido” (p. 16).
En general, como dice Greus (p. 7) era difícil saber por la fachada de las casas la condición social de sus dueños, ya que no tenían adornos y sus pocas ventanas, cubiertas por celosías, no dejaban ver el interior. […] La mayoría de las casas eran de dos pisos. Las casas ricas tenían un portón de entrada, siempre cerrado, que comunicaba a un zaguán, por el que se llegaba a un patio central, de planta rectangular. Tres de los lados de este patio tenían galerías cuyo techo sostenían columnas de mármol, y su centro lo ocupaba una pequeña alberca con un surtidor para refrescar el ambiente en los días de calor. […] Las casas humildes eran parecidas, pero mucho más pequeñas[…] y sus habitaciones eran muy angostas. […] Eran también comunes los corrales [casas de vecindad], con una única puerta de entrada y viviendas independientes alrededor”. Como el ‘del Carbón’ en Granada.
Algo de esta cultura urbana pasó al Nuevo Mundo en 1492 en sus muchas nuevas ciudades coloniales con la crucial diferencia de que en la fundación de cada una se definió su trazado ortogonal, en damero, alrededor de una plaza central, y que fueron mucho menos bulliciosas y pintorescas, y con la presencia, además de españoles y criollos, de indígenas y más adelante de esclavos africanos. Y los patios centrales de tres lados de Al-Ándalus, serían en el Nuevo Mundo, con machones de ladrillo o pie derechos de madera en lugar de columna de mármol, los ‘medios patios’ principales de las casas coloniales urbanas, las que además contaban con uno o más patios más y un amplio solar al fondo, y que solían ser de un solo piso, con excepciones como las del centro de Cartagena de Indias.
Los patios, que como lo escribió Jorge Luis Borges, son “el declive por el cual se derrama el cielo en la casa” (Cristina Grau, Borges y la arquitectura, 1968, p. 63), son el complemento de la calle cuando se entra a la casa por el zaguán, y a su vez la calle es el complemento esperado del patio cuando se sale a la ciudad; dos espacios claves en las ciudades hispanomusulmanas, uno urbano y muy público y el otro arquitectónico y muy privado. Se entiende entonces que con la rápida desaparición de patios y solares cuando las ciudades crecieron mucho y muy rápidamente en muchas partes de Hispanoamérica y además se generalizó la vulgarización de la arquitectura moderna, calles, plazas, parques y zonas verdes pasaron a ser los únicos espacios por los que aún se derrama el cielo en ellas, y de ahí su crucial importancia desde finales del Siglo XX, principiando por los andenes que las recorren.
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