El miedo, la ira, la tristeza, la confianza, el asco, la anticipación, la alegría y la sorpresa, son las emociones primarias del ser humano, pero esta última ha sido la menos estudiada (T. Cotrufo y J. M. Ureña, El cerebro y las emociones, 2018, pp. 25 y 94), lo que no sorprende pero que sí preocupa con respecto a la arquitectura ya que lo que la diferencia de la simple construcción es que emociona a base de sorpresas que llevan a la alegría y no al miedo. Además un conocimiento previo de la historia de la arquitectura potencia dichas emociones, al tiempo que lleva a nuevos conocimientos respecto a cómo funcionan esas sorpresas que llevan a una sutil alegría; pero no siempre en el mismo orden.
Las emociones cumplen una función positiva para la supervivencia del ser humano (p. 12), la Gran pirámide de Gizeh, 2570 a.EC, por ejemplo, sorprende por su descomunal tamaño, la engañosa sencillez de su forma y su abrumadora precisión, como igualmente el que esté repetida al lado por otras dos, mas no genera alegría sino respeto, mientras que la Casa de la cascada, 1936-1939, de Frank Lloyd Wright da alegría al aproximarse a ella, pero solo al recorrerla se constatan las muchas sorpresas que la generan, lo que aumenta su gozo. Sorpresas que serán muchas más y más útiles para sus visitantes con conocimiento no apenas de la historia de la arquitectura sino igualmente de su oficio.
La sorpresa contribuye a focalizar la atención y la memoria del conocimiento que está siendo adquirido (pp. 94 y 95), el que en la arquitectura lleva a la emoción que genera el grato recorrido por un edificio o la calle de una ciudad, o al admirarlo a la distancia y aproximarse a él, como lo es subir hacia las Torres del Parque en Bogotá, 1965-1970, de Rogelio Salmona, o al recorrer la larga alameda que lleva a una casa de hacienda en el valle del río Cauca, como es el caso de La Industria, una de las últimas, cerca a Florida. Buscar sorpresas es lo que buscan los viajeros recorriendo ciudades y visitando en ellas, o en sus cercanías, edificios paradigmáticos, y después la alegría de haberlos visto.
La alegría, esa gran emoción positiva y placentera, que refuerza todos los procesos mentales, es una de las acciones humanas más compartidas igual que los bostezos (pp. 88 y 89) y la que lleva a un cierto sentimiento que constituye la conciencia de la emoción (p. 98). Es lo opuesto a los bostezos que produce la mala arquitectura moderna, y alguna arquitectura ‘espectáculo’ asusta, y la ‘verde’ engaña, a diferencia de la alegría de pasearse por la Alhambra y subir al Generalife y admirarla desde arriba. O en la Acrópolis de Atenas trepar por los Propileos para toparse con el Partenón, anunciado por el Templo de Atenea Niké, y bajando ver el Erecteón y sus cuatro emocionantes Cariátides.
El conocimiento activa o no la emoción (p. 53), la que puede ser sustancialmente influenciada por el contexto social (p. 55) y la cultura en la que se ha crecido (p. 97) y ya se sabe cuáles son las regiones cerebrales implicadas en la emoción y que están también en la cognición (p. 127), así la atención y la percepción son los primeros pasos de todo proceso cognitivo y las dos son reguladas por la emoción. Por eso la arquitectura se conoce y disfruta con las emociones -sorpresas y alegrías- de lo que se ve, se oye, se siente, se huele y se saborea al recorrer un edificio y estando en sus diferentes espacios, lo que debe conocer todo arquitecto que pretenda serlo, y un turista para ser un viajero.
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