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El ejemplo de Barichara. 27.07.2022

 Esta pequeña y bella ciudad, más que pueblo, fundada en 1705 y declarada Patrimonio Nacional de Colombia en 1975, cuyo nombre (Vara Florida y luego Vara echada) significa en dialecto guane ‘lugar de descanso’ y con poco más siete mil habitantes, la mitad urbanos, es un ejemplo de cómo conservar las distintas tradiciones vernáculas urbanas y arquitectónicas del país -la gran mayoría de origen colonial y este de raíz hispanomusulmana- junto con el de algunas de sus costumbres; modelo de cómo vincular todo esto con el turismo, actual ocupación de muchos en Barichara, y una rama de la economía en crecimiento, pero sin caer fatalmente en sus aspectos negativos.

La ciudad, a 1336 msnm y 6º37’59’’ N, de clima templado y silenciosa, se caracteriza por su trazado en damero de grandes manzanas con pendientes, apreciables desde sus partes más altas, y sólo se destaca la Catedral de la Inmaculada Concepción, en la plaza, hoy parque, y no se ven nuevas construcciones que alteren su uniformidad. Casi todas sus calles son de grandes losas de piedra con andenes de ladrillos tablones, en buen estado, limpias, y sin vallas, afiches ni pintadas, sólo discretas direcciones y señales de tránsito, ni postes ni tendidos eléctricos, y pocos carros y motos estacionados en ellas, a los que habría que destinar más plazas al interior de algunas manzanas como ya existen.

Su arquitectura es de grandes y pequeñas casas bajas y apenas unas pocas de dos pisos; muros de tapia pisada con bases de piedra; fachadas blancas, algunas con zócalos de piedra o pintado; pocas ventanas y puertas de madera, casi siempre a la vista, igual que los discretos postigos que tapan los contadores eléctricos y de gas, y los letreros de restaurantes y almacenes son pequeños, también de madera y adosados a la pared; los interiores son de patios y solares al fondo; y las techumbres de rojas tejas árabes de barro asentadas en tierra sobre estructuras de par y nudillo o de par e hilera. Casas todas muy parecidas mas nunca idénticas, pero cuyas armónicas diferencias las identifican con claridad.

El muy amplio paisaje ondulado que rodea la pequeña ciudad es un hermoso complemento de su imagen urbano arquitectónica, y en él las nuevas construcciones, también de muros blancos y rojas techumbres, son pocas y están ocultas parcialmente por la vegetación, y sobre todo no las hay muy cercanas al casco urbano, cuyas ‘afueras’ es el campo mismo con sembrados y animales. Barichara es claramente una ciudad junto con su paisaje de montañas, lo que tanto caracteriza a las colombianas, en el piedemonte de sus tres cordilleras y al lado de ríos de alta pendiente, y con valles o sabanas a sus pies por las que discurren grandes y lentos ríos, y con algunos pequeños pueblos cercanos.

Los lugareños, eficientes, discretos y amables, muy semejantes entre ellos, son apodados ‘patiamarillos’ por el color de la tierra que pisan, son los que además de los usuales trabajos del campo, como el cultivo de tabaco, o de cualquier población, se ocupan mayormente de la elaboración y venta de artesanías, levantar o reparar muros de casas, a los que llaman ‘tapieros’, cocinar y servir comida local en restaurantes y bares, atendedor hoteles y hospedajes, o conducir Tuc Tuc, pertinentes mototaxis, y no hay mendigos. Son conscientes hace años de que el cuidado de su hábitat es básico para su presente, y es de esperar que no dejen que los ávidos ‘urbanizadores’ que acechan lo dañen.

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