Igual que los primeros homo sapiens no sabían que lo eran ni lo que significaba en su vida, a inicios de la segunda década del Siglo XXI muchos, incluyendo políticos que ignoran que lo son de la polis, no son conscientes de que ahora se les debería llamar homo urbanitas: individuos, familias, vecinos y comunidades, acomodados a los usos y costumbres de la ciudad. Por ejemplo, en Cali, ciudad que es casi una pesadilla (la salvan su clima y paisajes), todo lo contrario del sueño que escribe Medardo Arias Satizábal (Lindo cuando amanece, El País, 26/05/2022) debido a que muchos no saben cómo morar en una ciudad y no sólo habitar en ella acosando a los otros en varios aspectos.
Es como un período de la vida del ser humano que pareciera preceder a la madurez, en el que, dice el DLE, escasea el buen juicio, la prudencia y la sensatez al ocuparse en cualquier actividad física o intelectual, o sea el conjunto de operaciones o tareas propias de una persona, ya sea perteneciente o relativo a la constitución y naturaleza corpórea o al entendimiento, como a la carga emocional de sus distintos estímulos. Es un asunto de educación cívica, la que primero se aprende de los padres, la familia, los amigos y los vecinos, y pronto se va a la escuela y se aprende de los demás y de algunos maestros que no se olvidan por abrir la mente a sus discípulos a las ciencias, humanidades y artes.
Es el respeto a los otros y no su discriminación económica, social, cultural, urbana o política, y al tiempo conservar usos y costumbres propios, pero solo en la medida en que no afecten a los demás en sus maneras habituales de actuar o comportarse. Las áreas urbanas representan el 2 % de la superficie terrestre, pero albergan a más del 50 % de los 7900 millones de habitantes en 2022, y ya consumían hace pocos años el 75 % de los recursos producidos por la economía mundial. Uno de los desafíos del ‘siglo de las ciudades’ es el agudo impacto en las áreas rurales por una sobre demanda de producción agropecuaria para abastecerlas (A. L. Lamia, BID, 26/O1/ 2015); y además crecen demasiado rápido.
Como ya se dijo en esta columna (Ciudad y ciudadanos, 06/06/2013) los verdaderos ciudadanos, no sus simples habitantes, aparecen luego de las ciudades pues estas fueron inventadas antes y son, con la lengua, la mayor creación del hombre, como dice Lewis Mumford en La Cultura de las Ciudades, 1938. Por eso, unos mejores sectores urbanos no serían muy diferentes a las pequeñas ciudades de antes, añadiendo a su uso peatonal y a la calidad espacial de sus calles, la infraestructura de servicios públicos de las actuales, contribuyendo a mejorar su seguridad, movilidad, confort y belleza, y logrando un mucho mejor comportamiento en el espacio público urbano o construido.
Considerando que en Colombia la mejor calidad de vida se da es en sus ciudades intermedias, es importante para las más grandes recuperar la política de las “ciudades dentro de la ciudad”, como espontáneamente se han dado en muchas partes, pero incompletas, y que en Colombia incluso fue una política urbana del Departamento Nacional de Planeación ya en 1974. Un propósito de ciudad en la ciudad a base de supermanzanas que, compartido por muchos ciudadanos, sería útil para escoger alcaldes y concejales que se comprometan a llevarlo a cabo, que garantice su continuidad a largo plazo, y que este sueño de algunos al ser compartido por muchos se vuelva una realidad para todos.
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