Al contrario de salir de casa, entrar en ella por un espacio apropiado es, viniendo de la ciudad, encontrar seguridad, silencio, frescura o calor, según el clima, e intimidad; y de ahí lo recomendable de contar con un zaguán, ese espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle, que dice el DLE.
Largos zaguanes con largas bancas a su largo que tenían las casas coloniales urbanas de antes y que servían de sitio de espera, saliendo o entrando, que fue reemplazado por vestíbulos en la buena arquitectura moderna pero que en la mala, la mayoría, se eliminó del todo, y con él la grata sensación de entrar o salir de casa y lo mismo a la ciudad.
Salvo muy raras excepciones, que las hay, entrar en casa da, conscientemente o no y en mayor o menor grado, una bienvenida sensación de seguridad respecto al clima y posibles avatares, y sobre todo a situaciones concretas como lo es el regreso al hogar, a la familia, la pareja, las mascotas, los recuerdos y las expectativas. Sensaciones y situaciones opuestas a las de la ciudad pero que igual las hay complementarias, en lo que estriba el placer de tener casa y ciudad, o casa y campo; y lo mejor es poder disponer de los tres y además viajar con frecuencia y recorrer otros campos en carro y detenerse a mirar o comer y beber, o al menos en tren, y dejar los largos vuelos solo para pasar el ancho mar.
Las calles suelen ser ruidosas al menos a ciertas horas, debido al tránsito automotor, o están congestionadas por un exceso de otros transeúntes, y está el desagradable ruido ajeno que viene de afuera, de la ciudad, mientras que las casas prometen silencio, tranquilidad, recogimiento, sosiego y los ‘otros’ ya no lo son; al menos no tanto como los de la calle.
Pero esas ‘promesas’ de la casa deben ser diferentes en cada uno de sus espacios para que estos puedan suscitar diversas emociones; una cocina debe oler a comida, un dormitorio debe generar sosiego, una sala tranquilidad mientras que un comedor depende de lo que en él se celebre y con cuantos y con quienes o si sólo se come y qué.
Dependiendo del clima de cada hora del día o de cada época del año, la casa brinda una bienvenida frescura o calor, según sea el tiempo imperante, que permite quitarse sombreros y dejar la sombrilla, o el abrigo y dejar el paraguas, y hasta cambiarse de ropa a continuación por la de ‘estar en casa’ como con pertinencia se la denominaba antes. Pero ahora hay gente que va por la ciudad (mal) vestida como si estuviera en casa, o que dentro de esta parece que estuviera afuera evidenciando su falta de sensibilidad estética a la importancia de diferenciar casa y ciudad para alcanzar la felicidad tanto en una como en otra, y más en su acertada combinación dependiendo entonces de una y otra.
Entrar en casa es penetrar en la intimidad, su intimidad: esa zona espiritual de una persona o de un grupo, especialmente de una familia, como dice el DLE, solo que esta vez es construida siguiendo una tradición, o a partir del proyecto de un arquitecto, y de ahí la importancia de este, y que lo realice según el recorrido desde la entrada a las diferentes estancias en el interior y luego solo saliendo. Y por supuesto hay que identificar aquellos aspectos que son particulares de la casa o de la ciudad, como por ejemplo que el cielo de esta es el cielo mismo mientras que en la casa su cielo es la parte inferior de su cubierta, o que sus muros son sus cerramientos y al tiempo las fachadas a la ciudad.
Comentarios
Publicar un comentario