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Sensaciones en casa. 18.01.2023

 Como dice Charles Foster: “Las casas suelen exponer, a veces de manera brutal, la visión del mundo de quien las habita.” (Ser humano, 2021, p. 275). El caso es que, en unas más que en otras, las sensaciones, sorpresas, recuerdos y deseos se suceden al recorrerlas o al mirarlas al detenerse, en sucesión o sobreponiéndose, y que ya sentados, en la sala o el comedor, a veces solo se meditan, pero siempre están presentes aunque sea inconscientemente. De ahí insistir en que la buena arquitectura debe emocionar, pero hay que precisar que debe hacerlo muy bien y no mal, ya que inevitablemente impacta la mente a través de todos los cinco sentidos y no apenas la vista y el oído.

Se trata de sensaciones visuales y acústicas, y por lo tanto de carácter estético, además de las producidas por la lluvia, los truenos y los ruidos producidos por los animales, pero igualmente las hay táctiles, olfativas y hasta gustativas, las que en los eventos tradicionales en las casas, como son los almuerzos, cenas o fiestas, se suman unas a otras. O son sensaciones psíquicas como la de soledad o temor, o de seguridad y compañía, y también hay presentimientos muy diversos que pueden llevar confusamente a la impresión de que algo va a suceder aunque generalmente no sucede nada, o por lo contrario, lo que acontece es toda una sorpresa, aunque no todas las veces sea agradable.

Sorpresas que hay en toda casa y de todo tipo, muchas o pocas, y que alegran, entristecen, estimulan, enmudecen o asustan poco o mucho. O sea, aquellas cosas que conmueven o suspenden algo por un momento, como cuando uno se detiene al recorrer una casa para mirar arriba o a un lado o al otro y a veces al volverse para echar un vistazo a lo que se dejó atrás, o que llevan a devolverse para verificarlas; son asombros que maravillan con algo imprevisto, incomprensible o que se sale de lo común, como lo es un bello patio interior cubierto con agua, peces, flores, verdes hojas, pájaros de colores, el cielo arriba, el Sol que pasa y por la noche la Luna que se asoma en el horizonte.

En algunas casas surgen nítidas nostalgias de algo entrañable originado por el recuerdo de una dicha perdida, o de situaciones o experiencias que se vivieron en el pasado, especialmente en la infancia, la niñez y la juventud, y que ya adultos las generan lo que queda en la memoria de lo que se vio antes en viajes y estadías por las ciudades del mundo, y en sus casas y monumentos, los que en ocasiones llevan allá a recordar los propios de aquí. Por lo que lo justo es analizarlos con atención para establecer sus semejanzas o diferencias y sus respectivas historias, y encontrar que muchas veces se trata de la misma historia siguiendo lo que se podría llamar la ruta de la arquitectura.

El punto es que en muchas ocasiones no faltan en las casas los deseos de revivir lugares, situaciones o eventos, o de experimentarlos por primera vez en un próximo viaje, cuya mejor parte es el regreso cargado de recuerdos. Y desde luego en toda casa abundan las emociones relativas al amor, al erotismo o al placer sexual, ante las que los ingenuos nunca se imaginan cuánto tuvo que ver en ellas la buena arquitectura, la que construye nidos, como ya se sabía desde antes de la antigüedad, y no en vano los nidos lo son de amor, como cantan tantas canciones, aunque la mala arquitectura los puede convertir en nidos de víboras… lo que a veces no deja de ser igualmente emocionante.

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