Al terminar sin parar la última y corta novela de Gabriel García Márquez, el día que llegó a las librerías, comienza a quedar claro por qué no la publicó: probablemente dudaba si debía pulirla una vez más, o prolongarla. Y más de un lector pensará que habría podido tener uno o más capítulos al final. Por ejemplo, lo que pasó con su mamá cuando ella regresó a la ciudad con sus restos, qué pasó con la relación con su marido, y qué de su hija en el convento; y si se dedicó a averiguar con familiares y amigos a qué diablos su mama iba a la isla y por que no solo en agosto sino también otros meses, y si tenía allí un sólo amante o varios a los que ella les daría al final un billete de veinte dólares a cada uno.
Y si recién se ha leído la reciente novela de Jorge Franco, “El vacío en el que flotas”, de quien se dice que Gabo dijo que “le gustaría pasarle la antorcha”, queda flotando la idea de que a la novela de García Márquez se le podrían agregar otras páginas que se ocupen de lo que pasaba en la ciudad entre viaje y viaje de ella a la isla, pero entonces ya sería otra novela por escribir. Y si también se ha leído “Sobre el origen del tiempo /La última teoría de Stephen Hawking”, 2024, de Thomas Hertog, traer a cuento lo dicho por Hawking: “Basta con mirarnos a nosotros mismos para comprender cómo la vida inteligente podría desarrollarse hasta un estado que no querríamos conocer.” (p. 337).
En verdad querríamos seguir y conocer el pasado (la abuela y sus frecuentes viajes a la isla) el presente (la hija y los suyos solo en agosto) y el futuro (la nieta ¿también iría a la isla?). Querríamos conocer de qué isla se trata, o en que isla está basada la isla de la novela, guiándose por las vestimentas, el clima, las comidas y bebidas, los bailes y las músicas y los tabacos, y las lecturas, que se mencionan o no en la novela. Y sin duda a algunos lectores querrían saber más de la vida en esa isla y de la arquitectura de sus viejas viviendas y de la de sus nuevos edificios, y la diferencia de la vida allí y en la ciudad; pero otros querrán parar y comenzar la lectura de otro libro ¿el de Franco?.
O volver a leer al día siguiente “En agosto no vemos,” saltándose algunas páginas y concentrándose en las que están los temas de interés que suscitó su primera y rápida lectura, para descubrir que dichos temas son uno sólo, como ya lo habrán descubierto los que ya la hayan leído aunque sea una sola vez; pero que no es exactamente el mismo tema del que ya se ha hablado. O releer la novela tratando de encontrar los vínculos de cada libro que ella, AMB, está leyendo en cada viaje anual a la isla, entre ella y el hombre que se le atraviesa, o no; por lo que no faltará quien lea o al menos hojee alguno de esos libros, que tenga a mano, o al menos trate de recordarlos, y ahí sí parar.
O seguir, y recordar que algo se vislumbra de la colonial Cartagena de Indias en “Del amor y otros demonios “ de García Márquez, ciudad en El Caribe, como en la que vivió la abuela y viven la hija y la nieta de “En agosto no vemos”. Y cómo no recorrer de nuevo la casa que Rogelio Salmona proyectó en Cartagena, en 1991, para Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha Pardo, en la que “nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo [pese a que] nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad”, como dijo Borges.
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