En la portada de la edición en español de Los ojos de Mona de Thomas Schlesser, publicada en 2024, nos mira “La joven de la perla” detrás de un plano con el título y el autor; es una pintura al óleo sobre lienzo, un “tronie”, de 44,5 cm de ancho por 39 cm de alto, realizada por Johannes Vermeer en Delft, Países Bajos, entre 1665 y 1667, y actualmente en el museo Mauritshuis, en La Haya. El libro es una sabrosa novela pero más un muy interesante tratado del arte en Occidente desde mediados de la Edad Moderna hasta la actualidad, principalmente de su pintura, un poco de su escultura, e incluso algunos comentarios de su arquitectura y ciudades, en este caso de París.
Leer las descripciones de las 52 obras que un abuelo presenta a su nieta, y ver las imágenes en el libro, es toda una experiencia pese a que en esa edición son muy pequeñas. Comienza en el Louvre con un fresco de Sandro Botticelli pintado entre 1475 y 1500 en un palacete de Florencia: “Venus y las tres Gracias ofreciendo presentes a una joven” de 284 cm de ancho y 211 cm de alto; pasa por el Museo de Orsay en donde está “La iglesia de Auvers-sur-Oise, 1860, de Vincente van Gogh, de 74 cm de ancho y 94 cm de alto; y termina en el Centro Pompidou con una pintura de Pierre Soulages, de 220 cm de ancho por 200 cm de alto, “22 de abril de 2002”, fechada igual.
Las 52 explicaciones del abuelo, todas en el mismo día de cada semana ante la obra por él seleccionada previamente, son muy interesantes e instructivas; y los comentarios de la nieta inteligentes y con frecuencia divertidos; y todas las visitas terminan con una lección. Por ejemplo, con Botticelli “Aprende a recibir”; con van Goih “Fija tus vértigos”; y con Soulanges “El negro es un color”; y la de Leonardo no podría ser otra que “Sonríe a la vida”, o la de Tiziano “Confía en la imaginación”, o la de David “Deja que el pasado sea tu futuro”, o la de Monet “Les is more”, o la de Frida Kahlo “Lo que no mata hace más fuerte” (o engorda dirá alguno).
La abuela, que había muerto ya hacía muchos años y de la que sus padres no le dicen nunca nada a Mona pues no querían que supiera de su férrea lucha internacional a favor de la eutanasia, ni tampoco su abuelo, sin embargo, está cada vez más presente en la vida de Mona pero sin que ella se de cuenta. Y del abuelo curiosamente no se sabe que fuera un erudito, como lo es Thomas Schlesser, o entonces por que sabe tanto de arte, ni porque no lleva a sus visitas semanales a los museos ninguna nota con los datos de la obra que habría estudiado días antes y que a veces “cita de memoria”, como si a su edad no fuera lo usual que tuviera esporádicos olvidos ni confusiones.
Solo después de año y medio, y ya Mona una adolescente más alta y delgada y con una capacidad de visión excepcional, la última lección fue “Enfréntate al riesgo” como le dijo su abuelo mientras le retiraba de su cuello el amuleto que la había protegido de sus episodios de ceguera y lo dejan en la playa en la que lo habían recogido su abuela y su abuelo; y la entera de su pacto de amor entre ellos; era una concha que la abuela le había entregado la última vez que había visto a la niña, diciéndole: “Olvida lo negativo, cariño, conserva siempre la luz en ti”; entonces Mona abrazó a su abuelo y dijo:”¡Que bello es todo esto! “Y qué bello es lo que hay más allá!
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