En Europa la mitad del consumo de
energía es por cuenta de los edificios; el doble de la que consume el
transporte. No tanto para su construcción y operación si no sobre todo para su
calefacción e iluminación, especialmente en los días cortos y muy fríos del
invierno (Sophia y Stefan Beling: Sol
Power). Lo mismo sucede en Estados Unidos y Japón y en general en los
países con estaciones.
Por lo contrario, en
los climas templados y cálidos de los que están en la franja ecuatorial, como
Colombia, ahorramos buena parte de esa energía: nunca precisamos de calefacción
y la luz diurna es abundante y su duración casi igual a lo largo del año. En
Cali, y en todo el valle que la rodea, si nos preocupáramos por lograrlo,
tampoco necesitaríamos aire acondicionado, exceptuando aquellos locales
estrictamente cerrados; y, con patios y pozos de luz, se podría obviar casi
totalmente la iluminación artificial en muchos recintos. Para no hablar del
ahorro de energía que se haría al evitar los edificios innecesariamente altos.
Debería ser un propósito que nuestra arquitectura sea bioclimática como ya lo
es una obligación el hacerla sismorresistente.
Pero desperdiciamos las
posibilidades de nuestro clima de la misma manera que lo hacemos con el
paisaje. Tal vez se deba a que, como el agua, los tenemos en abundancia. Se
trataría, entonces, mas de una responsabilidad hacia el futuro que de una
necesidad inmediata. Pero seguimos copiando y premiando tontamente en concursos
y bienales la arquitectura de las revistas internacionales (y la de las
nacionales que también la copian), pensada para otros climas y paisajes, en
lugar de buscar mas y mejores posibilidades a las ya muy pertinentes soluciones
de nuestra arquitectura colonial y de tradición colonial. Búsqueda que además
de proporcionarnos una arquitectura apropiada nos permitiría una “propia” y no
solamente prestada como es la mayoría de la que hoy se hace aquí sin siquiera
adaptarla.
Olvidamos que la
arquitectura moderna en Cali, de mediados del siglo XX, muy influenciada por la
brasilera, reconocida mundialmente en ese momento, se preocupó con indudable
acierto por el clima. Refuncionalizó los tradicionales patios sombreados y
volvió a usar calados y celosías que dejan pasar el viento y tamizan la luz.
Buscó, incluso con exageración, las orientaciones correctas, abriendo los
edificios al norte y sur para evitar el sol de la mañana y sobre todo el de la
tarde. Pero falló en las cubiertas planas que imponía la moda moderna. Solo en
unos pocos casos, al volverlas jardines con pasto, como proponía Le Corbusier,
se solucionó adecuadamente el problema de aislarla de la radiación solar, casi
la mitad de la cual incide precisamente en las cubiertas (Víctor Olgyay: Clima
y Arquitectura en Colombia), evitando las goteras, que se volvieron como una
maldición de terrazas y azoteas.
Habría que retomar el
camino de nuestra arquitectura tradicional y moderna pero usando todos los
muchos adelantos tecnológicos al respecto, y de la mano de mejores
conocimientos sobre el tema. Sin embargo, en buena parte habría que producirlos
aquí pues las investigaciones que se hacen en otros lados sobre arquitectura y
clima casi no se ocupan de las regiones tropicales cálidas y húmedas, y menos
de las templadas que son en Colombia en las que están la mayoría de sus
ciudades.
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