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El patrimonio construido. 01.08.2002


En la medida en que hemos destruido torpemente ya buena parte de nuestro patrimonio, por el afán de ser modernos a toda costa, hay que comenzar a valorarlo de otra manera. Lo construido no solo representa una inversión social y económica considerables, sino que es un galvanizador cultural insuperable. Destruirlo es acabar con los ambientes urbanos en que se reconocen y respetan las diferentes generaciones, capas y estamentos que conforman la sociedad. De ahí la violencia.
Pero aunque parece sorprendente, es posible recuperarlo. Por supuesto no los edificios, como quisieran muchos conservacionistas (por lo que con frecuencia caen en nefastos pastiches), pero sí sus características más relevantes: sus modelos, tipos y patrones. Y esto es muy importante en lo que tiene que ver no solamente con el uso de los edificios, sino y sobre todo con lo que estos implican en las ciudades pues son los que las conforman.
          Volver a tener patios, por ejemplo, sería muy importante. En las tierras calientes, que son la mayoría en este país de maravillosos climas tropicales, ahora que sus enfermedades endémicas están más controladas, son insuperables. Pero no solo por la eficacia con que controlan el clima sino por la privacidad que garantizan. Nosotros fuimos una cultura de patios y podemos volver a serlo. Los patios no son antiguos ni modernos: solo hubo maneras antiguas de concebirlos, usarlos y construirlos y las hay modernas. Sus formas evolucionan o cambian pero como tipo arquitectónico no pueden progresar; está determinado por las características del hombre y el planeta, que son las  mismas hace milenios; solo presentan rasgos culturales y de época.
          Igual pasa con las calles. La arquitectura y el urbanismo modernos no se contentaron con agregar algunos elementos propios (la zona verde, el antejardín abierto, la autopista urbana) a los pocos pero contundentes que las ciudades produjeron a lo largo de milenios, sino que procuraron, con la ilusión del cambio, la destrucción del mas importante de ellos: la calle. Es inaplazable parar esta inútil y gravísima destrucción que termino por destruir las ciudades tradicionales. Es imperativo abolir para siempre esa estúpida e increíblemente dañina práctica de retroceder las líneas de paramento con la disculpa de ampliar las calles, cosa que en ninguna parte se ha logrado por este método pero, tal parece, es increíble, nadie se da por enterado.
          Hay que volver a los simples paramentos y alturas obligatorias. Antes lo eran, los primeros, por un sencillo sentimiento de conveniencia e igualdad, y las segundas, por la afortunada limitación de las técnicas constructivas; únicamente se competía con los demás con la ornamentación de las portadas. Los edificios innecesariamente altos (las torres de San Giminiano y Bolonia no lo son), alimentados secretamente por la codicia, acabaron con la preponderancia de los monumentos y con la privacidad de los patios de las casas, con la disculpa de la modernidad, el progreso y el aumento de la densidad, cosa esta ultima que muy raramente se logró. Con edificios de mediana altura, de mucho mejor comportamiento ante temblores e incendios, se pueden obtener densidades altas que impiden que se extiendan las ciudades para beneficio exclusivo de los terratenientes que las rodean. Permiten tambien recuperar la animación de las calles de sus centros y sub centros, sin destruirlos, al no cambiarles su escala, y garantizan, por otro lado, la tranquilidad de los barrios residenciales mas alejados.
Conservar bien el patrimonio construido que queda, incluyendo el moderno, se vuele entonces doblemente importante pues se trata de no solo de conservar los objetos en si mismos sino por que ellos permiten entender mejor las ideas que ilustran. Defender el patrimonio construido ya no podrá ser más reconstruir lo viejo, que se destruyó, sino construir lo nuevo con las mejores y aun pertinentes características de lo viejo.


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