Hace 15 años este pequeño taller de
verano, bajo la dirección de Ernesto Moure, se ocupaba del patrimonio de la
ciudad ampliando estudios hechos por la Universidad de los Andes. Difícil
imaginar que se convertiría en un experimento impresionante que, con otros
también ideados por su decano de entonces, Carlos Morales, transformarían la
enseñanza de la arquitectura en Colombia. En su ultima edición, en julio del
año pasado y bajo la dinámica dirección (ya hace varios años) de Carlos
Campuzano, 132 estudiantes, la mitad de ellos de países vecinos, venciendo
diferencias de formación, estudios, lengua y por supuesto personales, lograron
en cuatro semanas frenéticas 32 complicados proyectos, más interesantes y
completos que los comunes de un semestre en las escuelas, y aprendieron más y
también de otras cosas.
Allí
se enseña, aprende y forma vitalmente con autodisciplina, tensión y placer.
Nada es obligatorio pero todo es a tiempo. Las visitas a obras, los debates,
seminarios, conferencias y correcciones con profesores de reconocido prestigio
y de diferentes generaciones y origen, y la presencia de historiadores y
arquitectos que han participado antes, lo convierten en todo un foro
internacional. Las enseñanzas de Rogelio Salmona, invitado permanente, aunque
poco vaya, rondan el taller indicando caminos propios a seguir. El tema no es
el patrimonio construido sino el por construir: edificios de nueva planta
dentro de la ciudad amurallada. La arquitectura como parte de la ciudad y no
como objeto escultórico autónomo. Varios programas en diferentes lotes
multiplican los problemas que implican nuevos usos y viejas tradiciones, gentes
nuevas y contextos urbanos antiguos, y su historia, clima y paisaje.
Las
propuestas reflejaron la procedencia de los estudiantes que tomaron la
incitativa en el diseño, evidenciando las influencias y el estado de la
arquitectura y su enseñanza en sus países y ciudades de origen. Aunque muchos
propusieron edificios algo grandes y aparatosos, fueron sin dudad muy útiles
para el debate sobre cual debe ser hoy nuestra arquitectura. Inquieta que la referencia
común en Iberoamericanos sean solo las revistas españolas, a pesar de las muy
buenas que hay en estos países, pero que son prácticamente desconocidas por
estudiantes, arquitectos y profesores. Y ni hablar del desconocimiento de la
arquitectura diferente a la del mundo llamado desarrollado, pese a compartir
con ella antiquísimas tradiciones, climas, paisajes y recursos. Además, poco se
estudian planos y raramente se conoce la implantación de los edificios en las
ciudades respectivas. Solo se ven imágenes fotográficas muchas de ellas
trucadas. No buscamos las variaciones pertinentes a nuestras circunstancias
sino que seguimos dócilmente las formas que nos llegan de las metrópolis. Entre
nosotros es arduo indicar salidas sensatas pues estamos acostumbradas a que
casi todo viene de afuera. Producto de la transculturación, difícilmente la
entendemos. Afortunadamente hay prometedoras excepciones, como precisamente se
ventilaron en el taller de Cartagena.
Es
previsible este julio el taller sea aun mejor, que deje trabajos importantes
para la ciudad, como al principio, al tiempo que estimulantes propuestas y
reflexiones. Que crezca incluyendo estudiantes y profesores de más ciudades y
países hasta donde quepan mesas de dibujo en el larguísimo salón republicano
del segundo piso del Museo Naval del Caribe, sede del evento, al lado de la
muralla. De Cali solo asistieron hace un año dos estudiantes de la Universidad
del Valle; uno becado por los Andes (otro también lo fue hace años), y otro
pagando. Ojalá ahora vayan más. Allí, profesores, visitantes y estudiantes se
dedican con pasión pero con humor a la magia de imaginar edificios maravillosos
en ese portento de ciudad. Da esperanzas el que tantas personas encuentren
tanto placer en la arquitectura y las ciudades. En julio Cartagena será una
fiesta; que bueno que algo de ella al menos se oyera en Cali.
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