Como si fueran maleza comenzaron a
brotar atravesados en los parques y calles de Cali. Son esos
"mogadores" (así se llaman los tradicionales cilindros en donde se
fijan carteles), enanos y aplastados, soportes de publicidad los llaman
pomposamente, que constituyen cerca de la mitad del "amoblamiento"
urbano que el alcalde pasado negoció con una empresa privada comprometiendo por
años el espacio público de la ciudad. La otra mitad son paraderos y bancas y
unos pocos kioscos...también con publicidades que anuncian artículos mentirosos
las mas de las veces, que nadie puede ver detenidamente y que la mayoría no
tiene con que comprar y que muchos ni necesitan.
No
contentos con haber dejado tapar el cielo, los cerros y las culatas de los
edificios e incluso sus mismas fachadas, con seguridad tampoco ahora haremos
nada contra esta plaga que amenaza con invadir la ciudad. Estas cosas no les
importan a los caleños ni mucho menos a sus autoridades ni a sus medios de
comunicación, que en general no pasan de repetir, como si fuera publicidad
política pagada, las medias verdades que
les dicen los que dicen que "hacen" cosas. Esta ciudad es como es
porque no nos interesan de verdad las muchas mentiras que se dicen y pasan en
ella. Y por que nos gusta que nos digan mentiras, como esas de los informes
acríticos de los periódicos, las que preferimos esquizofrénicamente a las
verdades contundentes que (no) enfrentamos. Nos contentamos con que nos digan
lo qué se va ha hacer y no nos preocupamos que se quede sin terminar,
acostumbrados a que ese es el estado natural de las cosas en Cali. Como si
fuéramos ciudadanos a medio hacer.
Mentiras como esa de llamar
TransMilenio, con bombos y platillos, a lo que se pretende hacer aquí, pese a
las diferencias sustanciales que tiene con el verdadero de Bogotá, para no
tener que explicarlas a una opinión pública que por lo demás poco las entiende
ni le interesa. O ese intento de tratar de convencernos de que con un concurso
de diseño, urbano, paisajístico y arquitectónico se obviará el hecho de que no
hay espacio para ampliar y arborizar los andenes a lo largo de las estaciones,
que es en donde más se necesita. Como esa otra del civismo de los caleños pese
a que lo que les gusta es caminar por las calzadas y cruzar las calles por
donde se les da la gana. A nadie le importa que los semáforos no tengan tiempos
para los peatones; ni siquiera sabemos que es eso y no nos importa que haya tan
pocos. Nos tiene sin cuidado que suban los carros a los andenes como si lo
propio fuera ir por entre ellos como se pueda.
¿Cuántas
veces se ha mentido que ahora si se va a terminar la Avenida de Circunvalación?
Nunca se terminó del todo el hipódromo pero tampoco se ha comenzado del todo el
nuevo estadio. Y así. ¿Qué pasó con el cacareado tercer carril de La Recta? ¿Y
su cruce a dos niveles con la carretera a Rozo? ¿Y la entrada al aeropuerto sin
terminar? ¿Qué con la doble calzada a Florida? ¿Qué con los cuatro cruces que
se comenzaron, y tampoco se terminaron, en la carretera de Santander de
Quilichao a Palmira? Como si nada de esto tuviera que ver con Cali. Inútil
preguntar por que a nadie aquí parece interesarle el túnel de La Línea ni que
tampoco esta vez se haya adjudicado la licitación.
¿En
donde están los "ecologistas" que no dejaron terminar un concurso de
arquitectura para un centro cultural en la manzana T, que (a mala hora) había
sido demolida con ese fin? No quisieron ni ver las propuestas, miopía que
respaldó el alcalde del momento, del que mentimos que fue bueno. Elogiarán
ahora la maravillosa biblioteca Virgilio Barco, metida dentro de un parque en
Bogotá, pero seguramente no tendrán nada que decir de la maleza de concreto,
vidrio, lata y mentiras que amenaza los parques y calles de Cali. A diferencia
de la capital, que comienza a ser una ciudad de verdad, Cali es cada vez más
una de mentiras.
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