El Gur Emir (quien además de guerrear
embelleció a Samarcanda), lo había degradado a ayudante de cocina pero antes de
morir ordenó que por un año aconsejara a su nieto, futuro gobernante del gran
imperio que ya se desbarataba. Viejo, humillado y sabiendo que posiblemente
morirá por orden póstuma de su amado Timur Leng, del que fue Gran Visir,
consejero y amigo, Mohamed Koagin le advierte al joven príncipe que “la agitación vana de pretender resolver cada
lió que se forma en el mundo nos llevaría sin remedio a la locura.” (Enrique
Serrano: Tamerlán).
Lo
deberían entender electores y candidatos. Todas las ciudades tienen problemas
pero Cali casi todos. Su buen clima y bello paisaje de montañas y ríos y el
afortunado sistema de ciudades que la rodean no se aprovechan. Está en una zona
de alto riesgo sísmico. Abundan las dificultades sociales, educativas, económicas,
políticas, culturales y urbanas. Es híbrida, en varios sentidos, polarizada,
insegura, violenta y con problemas de salud pública como la contaminación o que
deberían serlo, como las drogas. Faltan bibliotecas y educación formal y
ciudadana. Tiene aprietos fiscales, bajos ingresos y desempleo y poca inversión
de capital. Hay mucha corrupción, burocracia, clientelismo, sindicalismo miope
y un electorado ignorante que cree en promesas de políticos que no lo son. No
hay cultura urbana pero si mafiosa, y gusto kitsch. Los servicios públicos
peligran, el transporte es deficiente y no hay andenes; es extensa sin
necesidad, por su baja densidad, pero unos pocos acaparan algunos de sus
barrios con edificios codiciosamente altos; sobran lotes pero hay carencia de parques
y viviendas; el poco patrimonio que queda está amenazado y el espacio publico
degradado e invadido por carros y publicidad; las reglamentaciones urbanas han
sido confusas, incoherentes, contradictorias, inapropiadas y poco se cumplen.
Fea, ruidosa, desordenada, insegura y sucia, su calidad de vida es cada día
menor.
Su historia es
alarmantemente corta. La ciudad actual se formó en pocas décadas involucrando
cada vez en menos tiempo cantidades cada vez mas grandes de nuevos habitantes,
inmigrantes y desplazados de otras regiones del departamento y el país. Casi se
borro del mapa la pequeña capital de provincia de la primera mitad del siglo
XX, que ya había suplantado la pequeñísima ciudad colonial cuyo aniversario
celebramos en ingles y con mariachis tal vez por lo poco que (aparentemente)
queda de ella. Sus nuevos habitantes, que trajeron las suyas, destruyeron sus
tradiciones. Sus dirigentes no tuvieron la visión ni los conocimientos para
encausarlas hacia eso que los genetistas llaman “vigor híbrido”. Y hoy no
entienden que, producto de varias transculturaciones, la componen diversas
ciudades que deberían interactuar creativamente en lugar de ignorarse muchas
veces con violencia.
Tenemos que descartar
esos candidatos que enloquecerían en vano pretendiendo resolver los muchos líos
de Cali. Necesitamos, si, uno que los conozca pero que con los ojos y oídos
bien abiertos sepa priorizarlos y proponer estrategias pocas y claras para que
la ciudad no se desbarate del todo y los electores podamos escogerlo por ellas.
Y que nos adelante al menos la parte de su gabinete que se encargaría de
orientarlas. Es su deber con Cali si es que pretende ser su emir de hierro.
Comentarios
Publicar un comentario