La Gobernación se podría haber
construido sin demoler el Palacio de San Francisco. Con solo hacer las fachadas
que no tenía, allí estaría el despacho del Gobernador unido con el nuevo
edificio de oficinas (eso es lo que es) por un moderno puente. Debajo de la
plaza, que sería más compleja, aun se puede hacer un estacionamiento público.
Con mover un poco El CAM se hubiera conservado el cuartel del Batallón
Pichincha para ese Museo de la Ciudad que Cali, tal vez por que ya no lo es,
todavía no tiene. El Club de Tenis y el Cuartel del Benemérito Cuerpo de
Bomberos ¿para que tumbarlos? Mejor haberlos conservado, como el Puente Alfonso
López, o de los Bomberos, pese a que no se soluciono bien. En el Gutiérrez
Vélez viviría gente y tendríamos el placer de bajar sus escalinatas y recoger
el correo al lado del río. Remodelado, como Casa Medina en Bogotá, el Alférez
seguiría siendo el mejor hotel de la ciudad. El Club Colombia sería más
elegante y tradicional en su vieja sede, que merecía un final más noble que el
incendio, que en su nuevo edificio ya viejo y cada vez menos fino. Para que o
¿por que? demolió el Campestre su vieja casa, la de la hacienda de San Joaquín,
entre Cañasgordas y la ciudad, que como la de Juan Félix Hernández de Espinosa,
en el llano de Meléndez, era "casa grande de teja, de espaciosos
corredores y con oratorio en el extremo y trapiche".
Lo
de Santa Librada, antes San Agustín, fue un crimen. No estaría allí el
parqueadero verde bilis, el edificio mas feo y torpe de Cali, pero si su más
importante construcción colonial, exceptuando "la más bella de
América" como llamo Santiago Sebastián a la Torre Mudéjar. No haber tirado
la también mudéjar de Santa Librada para ampliar la 4ª, habría evitado tal vez
esa equivocación que fue meter los carros al centro. El claustro serviría ahora
para algo pues, a diferencia de los edificios modernos, sirven para casi todo:
desde universidades (allí funciono la Facultad de Arquitectura) hasta cárceles
y cuarteles; y en las iglesias todavía se reza. La antigua casa de los Otoya
sería, con sus ocho columnas de fustes monolíticos, dos ornamentados y
fechados, ejemplares únicos en el arte colombiano, la mas vieja de Cali pues la
de Hernan Martínez Satizabal solo es de mediados del XIX. Fue una estupidez
rellenar el Charco del Burro; La Tertulia estaría más arriba y la ciudad
tendría todavía ese maravilloso recodo aunque ya nadie se bañara en el. ¿Y la
Biblioteca Departamental que tumbó la Universidad del Valle? Y así.
Seria
hilar fino pensar que se hubieran podido conservar las casas de alto de la
antigua Plaza Mayor, pero no lo es pensar que podían estar casi como eran los
primeros barrios residenciales como El Centenario o Juanambú, hoy
irreconocibles, donde no quedaron siquiera los rojos tulipanes o las camias
olorosas. ¿Para que destruir Santa Rita o Santa Teresita? !Se hubieran podido
salvar al menos las palmeras de Versalles! ¿Sería mucho pedir que se los
hubiera transformado con un mínimo orden como más o menos a ocurrido en el
Peñón? Queda San Antonio (por fortuna cada vez más blanco), un pedazo bello de
Miraflores y por todos lados la narcociudad de las últimas décadas. Y la que se
destruyó construyendo puentes y vías no siempre útiles que hubieran podido
rodear el viejo casco sin acabar también con los cerros. Cali sería aún bonita y
digna; y mas pacífica. Nunca fue moderna y ya no podrá volver a ser colonial ni
republicana. Borrando su pasado se comprometió su futuro.
A
los caleños no les interesan las tradiciones de su ciudad. La gran mayoría no
tiene raíces aquí ni tuvieron la educación para preocuparse por una historia
que a pesar de todo también era la suya. Los pocos que si las tienen son además
de muy pocos, poco sensibles a lo urbano y con frecuencia vergonzantes o
ignorantes de la importancia del patrimonio construido. Para no hablar de la
codicia con que corrieron a vender lo que no solo era de ellos; cambiaron casas
estupendas por mezquinos apartamentos que ni siquiera parecen de aquí, y
justamente fue por eso pero con la disculpa de la seguridad y las sirvientas.
¿Cuando aprenderemos a no destruir lo ya medio consolidado, como la ciudad o la
universidad? O nuestra democracia.
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