Después de la Independencia, y con el
romanticismo de finales del XIX, nuestras plazas se convirtieron en parques,
como pasó (mas tarde) con la Plaza de Caicedo. Pero posteriormente se
comenzaron a volver nuevamente plazas. La primera, y único caso por mucho
tiempo, fue la de Bolívar, en Bogotá, rediseñada con gran éxito por el
arquitecto Fernando Martínez en 1960, cosa que ahora los conservacionistas a
ultranza no hubieran permitido. La última fue, recientemente, la de Zipaquira,
ya en medio de una gran polémica. Es que las ciudades no pueden prescindir de
sus plazas. Se comprueba con la de San Francisco de Cali y el (mal llamado)
Parque Panamericano. En ellas muchos desconocidos pueden deambular libremente
viéndose unos a otros, aunque estén a pleno sol, cosa que no es posible en los
parques, que son mas de pueblos, parroquias y unos pocos vecinos.
Lo
de El Peñón es parte de este proceso pero la diferencia es que siempre fue un
parque de barrio y que ya sabemos que en el trópico cálido las plazas no son
incompatibles con la vegetación. Detalle que no tuvieron en cuenta los que
mandaron a talar uno de sus cuatro grandes y bellos árboles hace unos meses,
los que lo talaron y los que no lo evitaron ni castigaron. Otra cosa es la
necesidad de convertir el parque (o parte) en una plaza, pues el barrio ya no
es mas solo habitacional. Sería mejor para el comercio allí los domingos de
pinturas, artesanías y cachivaches, ya vuelto tradición. Precisamente el
mercado semanal se hacia en las plazas mayores, entre otras muchas actividades
como castigar malhechores, cosa que lamentablemente no es de esperar que se
haga allí con los culpables del arboricidio, que sin duda lo merecen.
Sencillamente
la solución es volverlo una plaza sombreada. Habría que mantener las palmas y
los tres grandes árboles que quedan, en sus respectivos alcorques, reemplazar
el que cortaron, eliminar los arbustos y muros bajos y sustituir el prado con
un piso semiduro de adoquines ecológicos, manteniendo los senderos que siempre
existieron como parte de su imagen tradicional. Todo en el mismo plano
inclinado que tiene el parque, sin los escalones y demás tropezaderos a los que
son tan dados los arquitectos inexpertos, que en su afán por diseñar quieren
rellenar el espacio publico de objetos innecesarios. Como pasó en la Avenida
Sexta, en donde los que aun creen que la arquitectura es inocua tienen que
aceptar que su equivocado rediseño sí contribuyo a su deterioro actual.
Lo del Peñón comenzó
en realidad en San Antonio con la venta de artesanías que comenzaba a darse
allí, para la que se construyo una plazuela con tal fin cuando se remodelo hace
años su colina. Pero el sitio escogido no fue el mejor y su diseño tampoco. No
se llega fácilmente, no hay en donde estacionar y el espacio es pequeño e
incomodo. En cambio, pronto esta actividad se consolidó, a pocas cuadras, en el
Parque de El Peñón pese a que como espacio urbano no es el mas adecuado. Por
eso su remodelación actual es necesaria, y es posible sin que el barrio pierda
su parque entre semana pero que la ciudad gane otra plaza dominguera, que tanto
le hacen falta. Sin embargo, para no equivocarse de nuevo, el proyecto debería
ser objeto de un concurso público promovido por Planeación Municipal y
organizado por la SCA con la participación de los vecinos.
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