“Si coincidimos en
la necesidad de que cualquier inserción en la ciudad (no solo la arquitectura)
debe tener en cuenta su entorno ¿como es posible aplicarlo en una ciudad como
Cali, donde ella misma es un caos, donde casi que podríamos pensar que no
existe algo realmente que se pueda tener en cuenta, por que todo es como dicen:
una colcha de retazos?” Es la pregunta que se hace Alfonso Valencia, estudiante
de Arte y Filosofía. Cambien afirma, con toda razón, que es patética la
inclinación de algunos arquitectos por diseñar los edificios como si fueran
objetos únicos, independientes y nuevos, creyendo que pueden funcionar en
cualquier parte ignorando su entrono. Y la verdad es que ignoran torpemente que
todo lo nuevo en las ciudades suele envejecer al tiempo mismo de su creación
pues su entorno siempre es anterior.
La
realidad es que la demolición de mucho de lo que repentinamente se considero
viejo y feo, fundamentalmente para poner a rentar un suelo urbano que durante
cuatro siglos solo había servido para morar en él, con la disculpa de
modernizar la ciudad, llevo al olvido de lo que significaba la ciudad misma.
Fue toda una muestra de nuestra generalizada ignorancia de lo urbano. Pura
torpeza ciudadana, como dice Valencia. Nos olvidamos lo qué era una ciudad, si
acaso lo sabíamos, justo poco después de que comenzamos a serlo a principios
del siglo XX. Pero al parecer aun no ha quedado en claro la imposibilidad de
que se construya una ciudad nueva demoliendo sus preexistencias ambientales. Ya
los arquitectos no sabemos como intervenir en ella; sus constructores
anteriores simplemente lo hacían como sabían que se hacia.
En
consecuencia la respuesta a la pregunta de Valencia sería muy sencilla pero ya
sabemos que en Colombia lo sencillo es poco probable. Toda intervención
arquitectónica en esta destrozada ex ciudad debería estar enderezada a recobrar
las características propias de las ciudades tradicionales premodernas; se lo
hace cada vez mas en otras partes. Pero con una arquitectura ya necesariamente
posmoderna (no posmodernista que es otra cosa), para que la necesidad de una
"estética vieja" no se vuelva un pastiche de lo anterior o un tonto
folklorismo, como ha sucedió con algunas obras oportunistas y demagógicas
aclamadas recientemente en el país. No se trata, pues, de escoger entre falsas
vanguardias o tontos costumbrismos, sino reinterpretar e innovar discretamente
las tradiciones edilicias y cambiar solo cuando sea posible y deseable.
Es aplicar de nuevo, renovándolo, un antiguo
canon. Recuperar los paramentos que aun quedan, mantener las alturas
predominantes y empatarse con los vecinos, replicar los ritmos de llenos y
vacíos y mantener la gama cromática de cada sector. En pocas palabras,
proyectar ciudad y no solo edificios, considerando ante todo que estos siempre
forman calles a menos de que estén surtos en desabridas zonas verdes. Entender
que no todos los edificios tiene que ser monumentales y que nunca están solos.
Pero ¿como lograrlo si en las escuelas aun se enseña, en general, a diseñar
objetos y no edificios y ciudad? Volúmenes y no también espacios y ambientes.
Arquitectura y no también “urbanismo”. Afortunadamente las cosas comienzan a
cambiar cuando personas diferentes a los arquitectos, como Valencia, comienzan
a preocuparse por su ciudad como artefacto.
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