Después
del terremoto de Popayán se dicto por primera vez en el país una ley para
reglamentar la sismo resistencia de las construcciones. Actualizada varias
veces, ha sido complementada recientemente con otra que obliga en un plazo dado
(ya casi vencido por supuesto) a evaluar la vulnerabilidad sísmica de los
edificios de mayor uso publico y a tomar las medidas del caso. En Cali ya se
reforzaron el aeropuerto y el terminal de buses pero sin contar con sus
proyectistas originales y ni siquiera considerar su arquitectura, con el
lamentable resultado de que quedaron como con el yeso puesto. Es el daño
colateral que están produciendo los terremotos en Colombia, en donde la
violencia del último medio siglo no es solo contra las personas sino también
contra los edificios y las ciudades.
En
Cali faltan edificios claves como el Hospital Universitario del Valle
(1940-1956) de Guillermo Garrido Tovar, Vicente Caldas y Hernando Vargas
Rubiano, hoy Monumento Nacional y uno de los mas imponentes y bellos de la
ciudad pese a su tugurización progresiva en los últimos años. Igualmente está
Telecom, uno de los mas representativos de la arquitectura moderna, en donde
están peligrosamente centralizados todos los equipos de telecomunicaciones del
sur occidente del país, y también tugurizado. En la medida en que estos
edificios no pueden desocuparse para ser reforzados, dicho refuerzo tiene
necesariamente que hacerse por fuera comprometiendo su imagen, sobre todo
cuando su intervención termina en manos de profesionales sin la suficiente
cultura arquitectónica y conocimiento de la ciudad o, en últimas, simplemente
sin (buena) imaginación.
Otro caso es el de monumentos de gran valor patrimonial
como el Teatro Municipal Enrique Buenaventura que, después de haber resistido
incólume varios temblores fuertes, tiene hoy su estabilidad comprometida por la
torpeza con que se concibió su lastimosa ampliación de hace unos años, la que
puso en peligro la torre de la tramoya y su cuerpo frontal. Para agravar las
cosas se desperdicio irresponsablemente la remodelación reciente de su foyer
para haber dotado esta parte de la construcción de un plano horizontal sismo
resistente, indispensable ahora debido a dicha ampliación. O como la casa de la
hacienda de Cañasgordas a la que la suspensión hace un tiempo de su última
restauración la dejo desprotegida de tal manera que con otro temblor fuerte
como el pasado sencillamente se puede derrumbar en nuestras narices.
Aunque en nuestras escuelas de arquitectura se está
haciendo conciencia al respecto, aun no entendemos que proyectar construcciones
sismorresistentes y bioclimaticas nos permitirá hacer de nuevo edificios y
ciudades para nuestras circunstancias -lo fueron antes- y no a la imagen
(falsa) de las “grandes capitales del mundo” con que las malas vendedoras
pretenden salir de mucha vivienda mediocre como si los compradores fueran
tontos o justamente por que muchos lo son. No nos damos cuenta de las
posibilidades de nuestro clima y paisaje y no recordamos a Popayán y Armenia
después de sus terremotos. De hecho ya olvidamos como quedaron hace unos días
los edificios altos del sur de la ciudad. Quizás sea que no queremos enterarnos
de cómo quedaría Cali después de otro temblor similar y que adoramos el aire
acondicionado y las “torres” aun cuando sean solo de nombre.
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