En el reciente
homenaje al arquitecto Fernando Távora en la secular y bella Universidad de
Coimbra, poco después de su muerte, Alexandre Alves Costa hablaba con emoción
de su capacidad única para distinguir lo esencial de lo superfluo o
circunstancial. Recordar el pasado es un acto intelectual necesario para
construir el futuro, decía Távora, y es evidente en su trabajo y en las obras
maestras de su discípulo y amigo Álvaro Siza Vieira, como sus piscinas de Leça
da Palmeira, en Matosinhos (1961-66), el Pabellón de Portugal en la Expo’98, en
Lisboa (1995-97) o la Escuela Superior de Educación, en Setúbal (1986) de la
que Sérgio Fernandez dice con acierto y admiración que evoca lo griego. Al fin
y al cabo Siza confiesa que vive entre muchos lugares y épocas.
Távora comenzó a reconsiderar el
Movimiento Moderno a partir de su pequeño pabellón de tenis en el parque de las
quintas de la Conceiçâo y de Santiago en Matosinhos (1957), como lo hicieron
por esa época reconocidos arquitectos como Oscar Niemeyer en Brasil, Luis
Barragán en México o Carlos Raúl Villanueva en Venezuela, para solo nombrar los
que nos deberían ser mas cercanos. Desde luego que antecedidos por Alvar Aalto
quien influyó a algunos de ellos como es el caso de Siza. O de Fernando
Martínez en Bogotá o Eladio Muñoz en Cali. Y por supuesto Rogelio Salmona quien
recién regresado al país, después de trabajar casi 10 años con Le Corbusier,
escribió un muy mencionado articulo sobre un proyecto de concurso de Martínez
para un colegio en Bogotá, que fue toda una declaración de principios que
guiaría su abundante y acertada obra posterior.
Ahora
que en Colombia muchos arquitectos jóvenes están entregados a lo circunstancial
o superfluo, buscando ser efectistas, el ejemplo de la que se ha conocido como
Escuela de Porto, en la que además de Távora y Siza hay reconocidas figuras
como Eduardo Souto de Moura, colaborador de Siza y autor del imponente Estadio
de Braga (2000), nos debería ser de utilidad. No para calcar sus imágenes, como
tontamente se hizo hace unos años por fuera de Bogotá con el ladrillo a la
vista de Salmona, sino para asumir sus actitudes. Aprender a mirar lo esencial
de lo ya construido para superar los paradigmas en lugar de ignorarlos para
tratar de legitimar mezquinamente el trabajo propio. De ahí el homenaje sincero
que merecen maestros que como Távora, Siza o Salmona supieron ver. Pretender
diseñar de cero es una estupidez, como dice Souto de Moura.
Lo
natural, permanente e invariable de las cosas, lo que les es importante y
característico, nos concierne en arquitectura. Por eso el futuro de la nuestra
está también en saber ver nuestro pasado híbrido, que se remonta a Roma y
Grecia, y en últimas a Egipto, mas que a lo prehispánico, para poder responder
a esas amenazas del presente que en los últimos años preocupaban a Távora,
recuerda Alves Costa, como la destrucción del paisaje natural y construido. La
perdida del presente del pasado compromete el futuro. “El presente del pasado es la memoria, el
presente del presente es la percepción directa y el presente del futuro es la
expectativa” acordémonos que decía
San Agustín. Un tiempo que
cristaliza todos los tiempos, escribe Alves Costa; un profundo retorno a los
orígenes para la nueva arquitectura como condición necesaria a su modernidad,
dice Fernandez.
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