Así lo escribió el gran poeta romántico
ingles John Keats, y Anatol France fue más allá: la belleza es aun más profunda
que la verdad. Para Joseph Brodsky
"sobrevive a todo y […] genera la verdad sencillamente porque es
una fusión de lo mental y lo sensual." (Marca de Agua; 1993). Roger
Penrose, refiriéndose a las matemáticas y la física teórica, afirma que
"una idea bella tiene mucha mayor probabilidad de ser correcta que una
idea falsa" (La nueva mente del emperador, 1989). En Colombia lo feo casi
siempre lo es por falso. No es sino ver la mentira de buena parte de su
arquitectura y urbanismo. Policromías y formas pretendidamente posmodernas
cubrieron las ciudades colombianas, y ahora simplemente se copian sin lograr los gestos de las estrellas internacionales que solo se ven en las (malas)
revistas de arquitectura.
Cali se llenó a la
fuerza de fuentes de mal gusto pues sus figuras son falsamente aborígenes, o
mestizas, o griegas, o falsamente hombres o mujeres (o caballos) o poetas y
porque son vulgarmente de falso bronce. Y que tal los "murales" para
"enlucir" las culatas de los edificios (ocasionadas por
reglamentaciones urbanas en las que jamás se consideró lo bello) cuyo ejemplo
más patético fue la "fachada" pintada sobre San Martín de Porres cuyo
torpe trompe-l'oeil de entrada quedo en evidencia debido a los enormes
"créditos" de los que idearon, financiaron y ejecutaron ese
esperpento, afortunadamente ya borrado. Para no hablar del recubrimiento de las
fachadas con falso ladrillo visto o inconvenientes enchapes que también terminan
por desprenderse con los temblores o el paso del tiempo.
La búsqueda ingenua
de un pasado falso también lleva al mal gusto. Como dice Hermann Broch
"nada puede satisfacer con tanta facilidad esta nostalgia del ayer
histórico como el kitsch […]" (Kitsch, vanguardia y el arte por el arte).
"¿No aceptamos nosotros, en muchas ocasiones, como arte valioso y como
expresión de una época lo que en su día no fue sino industria del arte y kitsch
convencional?" se pregunta. Por eso la llamada arquitectura republicana,
la vulgarización de la moderna y prácticamente toda la pseudo-posmoderna, se
aproximan peligrosamente al romanticismo sentimental del siglo XIX, que Broch
liga históricamente al kitsch, que es cuando entre nosotros empieza el viraje
de lo auténtico a lo falso, de lo ordenado a lo caótico, de lo limpio a lo
sucio, de lo austero a lo nuevo-rico, del silencio al barullo... de lo bello a
lo feo.
Los que decidieron
nuestras ciudades en las últimas décadas no tuvieron la sensibilidad y cultura
para valorar las construcciones que las antecedieron. A diferencia de los
nuevos ricos de antes no buscan apropiarse del gusto tradicional sino que le
imponen a nuestra ignorante y pequeña burguesía actual modas ya pasadas de
moda, las que se han vuelto la moda colombiana por definición. Su
comportamiento, basado en la trampa, explica su gusto por el mal gusto.
Reniegan de un pasado que les es ajeno para reemplazarlo por su meta preferida,
lo peor de lo gringo, convencidos de lo que hacen.
Como sin duda lo están los que han puesto en Cali los
mamarrachos navideños de este año. Como dijo
Bertrand Russell, los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes
llenos de dudas; o son cínicos pues no hay mayor ciego que el que no le
interesa ver.
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