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¿Hasta cuando? II. 22.12.2005


Es pasmosa la resistencia de los caleños a reconocer la realidad. No en vano escogimos un alcalde que ni siquiera la pudiera ver. Y ahora que comenzamos a abrir los ojos, queremos que renuncie sin tener un programa ni un candidato. En el fondo lo que deseamos es que en Bogotá se decida su sucesor, lo que tendría alguna lógica pues fue en la capital, de un día para otro y a cambio de la ayuda de la Nación (como si nosotros no pagáramos impuestos), que se decidió cambiar el tren ligero y la ruta del corredor férreo por los buses articulados y unas vías en las que, como se repite en esta columna inútilmente hace mas de tres años, no caben bien. Ya se quebraron los primeros negocios, se empeoró el trafico, se daño la primera infraestructura, demolieron el primer puente, cayó el primer saman y ya quedaron atravesadas las primeras de las muchas “muelas” que impedirán que el sistema funcione a tiempo o lo haga satisfactoriamente. Y la Circunvalar que sigue derrumbándose. Esta realidad era previsible pero preferimos las mentiras piadosas de Metrocali, aunque todavía estamos a tiempo de evitar la metida de pata de pasar el MIO por la calle trece.
             Es asombroso cómo los caleños aceptamos, ingenua o cínicamente, las mentiras que nos dicen a cada rato. En el foro organizado por la Cámara de Comercio de Cali para dialogar sobre el futuro de San Antonio, una alta funcionaria de Planeación Municipal afirmo, sin desparpajo alguno, que no le habían podido imponer la multa correspondiente (ella misma una ridiculez) a los que demolieron las casas en la equina de la Carrera Sexta con Calle Quinta, porque desconocían quienes eran, aunque ya operaban el feo parqueadero que las remplazó. Y todo el mundo se quedo como si nada, como si no supiéramos que en la oficina del Catastro reposan los nombres de los propietarios de cada uno de los lotes de la ciudad. Y cuando dijo que los iban a obligar a reconstruir los volúmenes de las casas, demolidas en las narices de todos sin que a nadie le importara un rábano, nos quedamos como si nada. Al fin y al cabo el señor que insiste en hacer un tercer piso en la Calle Cuarta ya coronó, pese a que perseveran en decirnos que está terminantemente prohibido hacerlo en el barrio.
            Es lamentable también el desinterés que tenemos por lo que se dice o no de nuestra ciudad. Últimamente han aparecido en algunas revistas de circulación nacional artículos sobre la arquitectura en el país, pero desafortunadamente poco rigurosos. Repiten, como si fueran propaganda pagada, las mismas obras y arquitectos de Bogotá y Medellín y nunca aparece nada de Cali y el Valle del Cauca, pese a que aquí también se ha producido buena arquitectura moderna. Desde las décadas de 1950 y 60, cuando se hicieron casas y edificios considerados entre los mejores de esa época en Colombia, hasta proyectos de los últimos años que han ganado concursos o merecido distinciones internacionales y nacionales y que han sido publicados en revistas y libros dentro y fuera del país. Tal parece que lo único que ven de nuestra ciudad es “la metrópoli del bisturí”  como precisamente tituló Semana en días pasados un articulo sobre Cali. Y ni siquiera nos reímos pese a que nos creemos la gente más feliz del mundo. Nos quieren convencer de que “el Valle nos toca hasta el alma” pero preferimos la silicona a la realidad.

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