Es pasmosa la resistencia de
los caleños a reconocer la realidad. No en vano escogimos un alcalde que ni
siquiera la pudiera ver. Y ahora que comenzamos a abrir los ojos, queremos que
renuncie sin tener un programa ni un candidato. En el fondo lo que deseamos es
que en Bogotá se decida su sucesor, lo que tendría alguna lógica pues fue en la
capital, de un día para otro y a cambio de la ayuda de la Nación (como si
nosotros no pagáramos impuestos), que se decidió cambiar el tren ligero y la
ruta del corredor férreo por los buses articulados y unas vías en las que, como
se repite en esta columna inútilmente hace mas de tres años, no caben bien. Ya
se quebraron los primeros negocios, se empeoró el trafico, se daño la primera
infraestructura, demolieron el primer puente, cayó el primer saman y ya
quedaron atravesadas las primeras de las muchas “muelas” que impedirán que el
sistema funcione a tiempo o lo haga satisfactoriamente. Y la Circunvalar que
sigue derrumbándose. Esta realidad era previsible pero preferimos las mentiras
piadosas de Metrocali, aunque todavía estamos a tiempo de evitar la metida de
pata de pasar el MIO por la calle trece.
Es asombroso cómo los caleños
aceptamos, ingenua o cínicamente, las mentiras que nos dicen a cada rato. En el
foro organizado por la Cámara de Comercio de Cali para dialogar sobre el futuro
de San Antonio, una alta funcionaria de Planeación Municipal afirmo, sin
desparpajo alguno, que no le habían podido imponer la multa correspondiente
(ella misma una ridiculez) a los que demolieron las casas en la equina de la
Carrera Sexta con Calle Quinta, porque desconocían quienes eran, aunque ya
operaban el feo parqueadero que las remplazó. Y todo el mundo se quedo como si
nada, como si no supiéramos que en la oficina del Catastro reposan los nombres
de los propietarios de cada uno de los lotes de la ciudad. Y cuando dijo que
los iban a obligar a reconstruir los volúmenes de las casas, demolidas en las
narices de todos sin que a nadie le importara un rábano, nos quedamos como si
nada. Al fin y al cabo el señor que insiste en hacer un tercer piso en la Calle
Cuarta ya coronó, pese a que perseveran en decirnos que está terminantemente
prohibido hacerlo en el barrio.
Es lamentable también el desinterés
que tenemos por lo que se dice o no de nuestra ciudad. Últimamente
han aparecido en algunas revistas de circulación nacional artículos sobre la
arquitectura en el país, pero desafortunadamente poco rigurosos. Repiten, como
si fueran propaganda pagada, las mismas obras y arquitectos de Bogotá y
Medellín y nunca aparece nada de Cali y el Valle del Cauca, pese a que aquí también se ha producido buena arquitectura moderna. Desde las décadas de 1950 y
60, cuando se hicieron casas y edificios considerados entre los mejores de esa
época en Colombia, hasta proyectos de los últimos años que han ganado concursos
o merecido distinciones internacionales y nacionales y que han sido publicados
en revistas y libros dentro y fuera del país. Tal parece que lo único que ven
de nuestra ciudad es “la metrópoli del bisturí”
como precisamente tituló Semana en días pasados un articulo sobre Cali. Y
ni siquiera nos reímos pese a que nos creemos la gente más feliz del mundo. Nos
quieren convencer de que “el Valle nos toca hasta el alma” pero preferimos la
silicona a la realidad.
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