Este reconocido patrimonio
urbano de Cali está en un sector de estrato 5, donde se pagan servicios y
prediales altos, pero
muchos de sus habitantes son personas mayores cuyo
único patrimonio son sus viviendas. Allí solo se permite
usar el 30% de las construcciones para otros usos, que no causen impacto
ambiental, como boutiques, droguerías, artesanías, restaurantes, almacenes y
pequeños negocios. El POT explícitamente
no permite casinos, tabernas, discotecas, bares, grilles, bailaderos, estancos,
clínicas, centros médicos, etc.
Sin embargo se han otorgado
licencias para restaurantes que en la práctica, con la complicidad de
funcionarios corruptos, son bares y discotecas ilegales, tiendas que son
estancos que permiten el consumo de licores en su interior pese a que está
prohibido, e incluso lo venden a menores que los consumen en el parque. El
ruido y el desorden del trafico son intolerables de miércoles a sábados por la
noche, facilitando robos y atracos que hasta ponen en riesgo la vida de los que
tienen que circular por ahí.
Obviamente la mayor parte de
los que instalan esos negocios son arrendatarios que no viven en el sector,
igual que sus arrendadores, por lo que ni unos ni otros están interesados en
resolver los problemas de convivencia que causan. Obrando con nuestro
recurrente individualismo, codicia y miopía, entorpecen cualquier acción
colectiva que se quiera adelantar con la disculpa pueblerina de que es como el
Parque de la 93 de Bogotá, pese a sus diferencias y como si este fuera la gran
maravilla.
En el Parque del Perro se está
violado el Código de Policía, el del Menor y el de Tránsito, el POT y las
disposiciones del DAGMA, y, en ultimas, la Constitución Nacional que
supuestamente garantiza el derecho a la vivienda digna. Así lo han denunciado
sus vecinos, los que estaban en mora de entablar una acción popular pues en la
mayoría de los casos el gobierno anterior no había enfrentado los problemas.
Pero simplemente se necesitaba autoridad para hacer cumplir las leyes vigentes
en la ciudad y el país, como ya se comenzó a ejercer.
Sin embargo, lo mejor sería
terminar de convertirlo en una zona comercial, pero bien resuelta y no como se
toleró en Granada, El Peñón o Ciudad Jardín, adecuándolo por valorización, y
haciendo respetar las normas pertinentes. Seria asunto de un buen diseño de
estacionamientos, andenes amplios y llanos, control de usos del suelo y desde
luego vigilancia policial. Y por supuesto habría que re localizar y compensar
en su calidad de desplazados a los propietarios que actualmente viven allí o
cerca. Pero se precisa, además de autoridad, imaginación.
El Parque del Perro puede terminar en otro deterioro mas del
espacio público de la ciudad, en donde la degradación de la vida urbana no es
apenas por el abuso sino por la carencia de andenes o su adecuación incontrolada,
o equivocada, como pasó en la Avenida Sexta y va a pasar en la Calle Trece con
el Mio. Una solución de fondo, decidida y correcta, sin duda sería ejemplar
para Cali. Pero hay que entenderla no
solo como urbanística si no también como social y en el fondo política pues se
trata de nuestra convivencia en la ciudad.
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