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Estambul Cali. 01.02.2007


“Cualquiera hubiera creído tener a la vista una ciudad oriental, tal vez Bagdad, coronada de palmeras y minaretes” escribió de Cali Eustaquio Palacios (El Alférez Real, 1886). A nuestro orientalismo tambien se han referido John Potter Hamilton, Jorge Isaacs, Santiago Sebastián y Mario Buschiazzo. Está presente en nuestra arquitectura mudéjar, en los dulces y ciertos aspectos de la cocina, en las monturas y aperos de los caballos, en el machismo, en el “ojalá” y como lo pronunciamos, y en que también tengamos que temerle a los que creen demasiado en Dios, como lo dice Orhan Pamuk. Los caleños que hayan viajado a Estambul y leído su libro habrán sentido estremecimientos y emociones y encontrado situaciones paralelas.
         Las citas que él selecciona de la prensa Estambul del siglo XX hubieran podido ser de aquí: “Los altavoces […] han convertido a la ciudad en un infierno”. Todos quieren “salir los primeros…”, “…andan con muy poco cuidado y chocando unos con otros [y] tiran [todo] al suelo…”. “Solo transitar por las calles y plazas siguiendo las normas de transito, como ocurre en Occidente, en lugar de cómo mejor nos parezca o como nos dé la real gana nos salvará de este desorden callejero [pero] si me preguntan cuánta gente hay en esta ciudad que sepa las normas de transito, eso es cuestión aparte…”. “Vemos con tristeza cómo se olvida esa educación ciudadana que en realidad nadie conoce”.  “Los […] relojes públicos […] avanzan a su libre albedrío…”. “En los últimos años, esos edificios […] que repugnan hasta la nausea a todos […], están corroyendo el panorama […], de seguir así [la ciudad] se convertirá en una masa de edificios horrendos […] y habría que buscar la razón no solo en los incendios o en que ahora seamos pobres y débiles, sino un poco también en nuestra afición a las novedades”.
        Al contrario de muchas grandes ciudades europeas y norteamericanas que están en el mismo plano de los mares o ríos al lado de los cuales se asientan, o de las andinas, que están perpendiculares a la cordillera, Estambul y Cali comparten ambos escenarios. Allá el Bósforo y El cuerno de oro, acá el muchísimo mas pequeño Rió Cali. Aquí los cerros (la enorme cordillera detrás casi no se ve) y allá las colinas sobre las que se perfilan las cúpulas y alminares de sus muchas grandes mezquitas imperiales otomanas y Hagia Sofia, una de las obras mas importantes de la arquitectura mundial. Acá nuestra Torre Mudéjar,  en comparación muy pequeña, pero la mas bella de América.
        Las diferencias también son muchas. Estambul tiene ahora el triple de habitantes que Cali y su historia es muchísimo mas larga e importante. Allá están presentes diversas, culturas, lenguas y religiones. Aquí predomina lo híbrido. Allá los edificios modernos son pequeños, paramentados y poco daño le hicieron a las grandes mezquitas. Aquí son muy grandes, independientes unos de otros y taparon lo poco que no se demolió de nuestra arquitectura tradicional. Allá su viejo tranvía va por en medio de la peatonalizada Ïstiklal Caddesi, sin siquiera paraderos, aquí, las ostentosas y carismas estaciones del Mio están reemplazando a nuestras bellas y olvidadas alamedas.

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