“Cualquiera hubiera creído tener a la
vista una ciudad oriental, tal vez Bagdad, coronada de palmeras y minaretes”
escribió de Cali Eustaquio Palacios (El Alférez Real, 1886). A nuestro
orientalismo tambien se han referido John Potter Hamilton, Jorge Isaacs,
Santiago Sebastián y Mario Buschiazzo. Está presente en nuestra arquitectura
mudéjar, en los dulces y ciertos aspectos de la cocina, en las monturas y
aperos de los caballos, en el machismo, en el “ojalá” y como lo pronunciamos, y
en que también tengamos que temerle a los que creen demasiado en Dios, como lo
dice Orhan Pamuk. Los caleños que hayan viajado a Estambul y leído su libro
habrán sentido estremecimientos y emociones y encontrado situaciones paralelas.
Las citas que él selecciona de la prensa Estambul del siglo XX hubieran
podido ser de aquí: “Los altavoces […] han convertido a la ciudad en un
infierno”. Todos quieren “salir los primeros…”, “…andan con muy poco cuidado y
chocando unos con otros [y] tiran [todo] al suelo…”. “Solo transitar por las
calles y plazas siguiendo las normas de transito, como ocurre en Occidente, en
lugar de cómo mejor nos parezca o como nos dé la real gana nos salvará de este
desorden callejero [pero] si me preguntan cuánta gente hay en esta ciudad que
sepa las normas de transito, eso es cuestión aparte…”. “Vemos con tristeza cómo
se olvida esa educación ciudadana que en realidad nadie conoce”. “Los […] relojes públicos […] avanzan a su
libre albedrío…”. “En los últimos años, esos edificios […] que repugnan hasta
la nausea a todos […], están corroyendo el panorama […], de seguir así [la
ciudad] se convertirá en una masa de edificios horrendos […] y habría que
buscar la razón no solo en los incendios o en que ahora seamos pobres y
débiles, sino un poco también en nuestra afición a las novedades”.
Al contrario de muchas grandes ciudades europeas y norteamericanas que
están en el mismo plano de los mares o ríos al lado de los cuales se asientan,
o de las andinas, que están perpendiculares a la cordillera, Estambul y Cali
comparten ambos escenarios. Allá el Bósforo y El cuerno de oro, acá el
muchísimo mas pequeño Rió Cali. Aquí los cerros (la enorme cordillera detrás
casi no se ve) y allá las colinas sobre las que se perfilan las cúpulas y
alminares de sus muchas grandes mezquitas imperiales otomanas y Hagia Sofia,
una de las obras mas importantes de la arquitectura mundial. Acá nuestra Torre
Mudéjar, en comparación muy pequeña,
pero la mas bella de América.
Las diferencias también son muchas. Estambul tiene ahora el triple de
habitantes que Cali y su historia es muchísimo mas larga e importante. Allá
están presentes diversas, culturas, lenguas y religiones. Aquí predomina lo
híbrido. Allá los edificios modernos son pequeños, paramentados y poco daño le
hicieron a las grandes mezquitas. Aquí son muy grandes, independientes unos de
otros y taparon lo poco que no se demolió de nuestra arquitectura tradicional.
Allá su viejo tranvía va por en medio de la peatonalizada Ïstiklal Caddesi, sin
siquiera paraderos, aquí, las ostentosas y carismas estaciones del Mio están
reemplazando a nuestras bellas y olvidadas alamedas.
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