¿Qué hay por encima de todo […] que nos
una y nos ponga bajo un imaginario de identidad nacional? se pregunta Philip Potdevin (El País,
22/01/2007). Como él mismo lo dice, a la llegada de los españoles no había aquí
ciudades ni pirámides de importancia, ni culto a los alimentos y su cocina,
como en otros lugares del Nuevo Mundo, por lo que carecemos de una raigambre
prehispánica fuerte. Además, la mayoría no somos descendientes “puros” de los
indígenas que poblaban estas tierras ni de los esclavos negros que después
trajeron los españoles. Somos su mestizaje con ellos, el cual es cada vez mayor
(Néstor García Canclini: Culturas híbridas,1990).
Pero la herencia
española no nos es tan ajena como cree Potdevin. La arquitectura mudéjar, como
el español, es uno de los grandes legados que nos dejó la conquista (Fernando
Chueca Goitia: Invariantes…, 1979). Y en ella, y en su evolución posterior
hasta la posmoderna andina de Rogelio Salmona, estriba buena parte de la
identidad nacional. Los edificios son símbolos que terminan estando por encima
de idearios políticos, necesidades económicas y otros aspectos mas
imediatistas, como muy bien lo quiere Potdevin. Pero en Colombia muchos
monumentos, religiosos, civiles o militares, de la Colonia, la Republica o el
siglo XX, se han demolido o “modernizado” borrando porciones de nuestra
identidad.
Este debería ser el
contexto del debate sobre el TransMilenio por la Séptima en Bogotá (El Tiempo y
Cambio). Muchos, como el arquitecto Jaques Mosseri, ven en el antiguo camino a
Tunja un problema de identidad, a diferencia de los que creen que esta
tradicional calle es solo una vía. Piensan con razón que no se debe llenar de
estaciones y puentes peatonales (los buses articulados podrían circulan allí,
como en todas partes, junto a los demás vehículos, cosa que no sabe Mauricio
Vargas), y que hay que quitarle carriles para ampliar y arborizar sus andenes.
También es cierto que ya no caben los buses, busetas, taxis y carros, como dice
Rudolf Hommes. Justamente por esto se inventaron hace más de un siglo los
metros, y el reciente de Bilbao, por ejemplo, es modernísimo (diseñado por Sir
Norman Foster, Premio Pritzker de1999), mas sus discretas entradas no perturban
las viejas calles de la ciudad, al
contrario del de Medellín, que pasa burdamente por encima de ellas, en lo que
se equivoca Héctor Rincón.
Sí son mas costosos,
como advierte Enrique Peñalosa; pero no aquí si se usa el corredor férreo.
Sería la salvación del Mio cuando tenga los graves problemas que ya sufre el
TransMilenio, y se podría recuperar la alameda del viejo camino a Popayán (como
se recuperó el cause de agua en la Avenida Jiménez), pues es parte del
imaginario de Cali. Los buses articulados lo servirían transversalmente con
sencillos paraderos laterales, como los de Santiago, en lugar de las aparatosas
y vulnerables estaciones que invaden la Quinta, y que algunos ven como una
imagen de “modernidad”, pero que no son “nuestras”, lo que explicaría en parte
el vandalismo contra ellas. Afortunadamente en días pasados se firmó un
convenio entre la Gobernación y Metrocali para el estudio de ese tren de
cercanías.
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